Inmersión en los salmos (IV)
Los salmos hacen aflorar los fondos
más profundos del alma.
Salen a nuestro encuentro.
Esto ocurre lentamente, a
fuerza de rozarlos, es decir, de recitarlos.
Mejor si los entendemos,
pero incluso su lectura
lenta, torpe, distraída a ratos, no es inútil,
encienden en nosotros una luz divina. Las tinieblas se retiran.
Nuestro subconsciente
frecuentándolos
se puebla de imágenes, de
recuerdos, de presentimientos, de símbolos…
como la lumbre de los
leños de la vieja cocina
de los abuelos
en el pueblo enciende con
sus resplandores
los rostros de quienes se
calientan a su fuego
en noches de frío y de
silencio.
Señor, Tú enciendes mi lámpara;
Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas.
Sal 18,29
El mundo, la vida, la existencia, el
trabajo, la familia, hasta la Iglesia, la fe y la esperanza teologales, el
pasado mediocre y el futuro incierto y a oscuras…: todo se me puede volver negrura
y hasta noche cerrada, tormento y abismo, pero…
Señor, Tú enciendes mi lámpara…
Dios mío, Tú alumbras mis tinieblas.
QerhuteV
Ancien élève de Evode Beaucamp
y de Francesco Spadafora
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