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53. HOMBRES III


 









MATINAL


El Oriente se dora,
crece luego la luz que anuncia el día,
la sonrosada aurora
lanza la noche fría
y la tierra se viste de alegría. 
 
 
Sigue al pastor la oveja
que dejó al corderuelo en la tenada,
y balando se aleja
del mastín acosada
por la cuesta severa y empinada.

 
Al rebaño una nube
envuelve por el áspero sendero,
por la ladera sube
la yunta, hacia el otero,
y ensancha sus narices el Romero.
 

 
A la vera del río
la vacada se esparce en la pradera,
brama el toro bravío
y muge la ternera,
y se asienta el boyero en la ribera.  
 
 
El aura lisonjera
la mies despierta y su tributo inclina;
la alondra mañanera,
en el rastrojo trina,
y el carro, hinchado por la mies, camina.  
 
 
El menguado arroyuelo
por el valle con pena serpentea
 y, en el azul del cielo,
sobre la humilde aldea,
en volutas, el humo juguetea.

 
 La abeja codiciosa
zumba entorno al espliego y al romero,
 y en confusión gozosa
rodea el gallinero
a la moza que viene del granero.
 
 
Del hueco de la torre
rompe el vuelo la banda de palomas
y el son broncíneo corre
por las áridas lomas
y ríen madurándose las pomas.  
 

¡Qué puro es el ambiente!
¡Qué paz el alma goza no turbada!
¡Y como aquí, en su fuente,
la dicha halla buscada,
de rústica belleza enamorada!
 


Todo esto me recrea
y embriaga de deleite mi sentido;
mis lágrimas orea,
y de mi bien perdido
en el mundo, me pone en el olvido.
 

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