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54. La educación en Canadá

           
   La Educación en Canadá (II)
   

Calgary es una ciudad de un millón largo de habitantes dentro de la provincia de Alberta. Mi provincia se ha colado en estas últimas semanas en los telediarios españoles por los gigantescos incendios en la zona de Fort MacMurray, a 1.000 kilómetros de casa. En Calgary estudian mis tres hijos, en el River Valley School. Comentaba en el artículo anterior que cantan el himno nacional al entrar en clase o que en invierno los padres tenemos que ir en calcetines por los pasillos del colegio.
Sigo contando lindezas:
Desde que vinimos en Navidad ya he ido varias veces al colegio a ver actuar a mis hijos. Teatro en inglés de Jimena, en francés de Rodrigo y Jimena… Los profesores lo preparan todo sin tanta presión como la que yo he visto en España. Preparan a los alumnos sabiendo que normalmente todo saldrá bien, pero que las equivocaciones también se dan en los colegios. Los profesores saben que los padres son comprensivos y, a su vez, los padres confían en el trabajo que están haciendo los profesores día a día. Me da la impresión de que el profesor, en estas representaciones, no se siente examinado por los padres. Todo, finalmente, es algo más natural que en los colegios de España.
 
Esta mañana fui a ver la obra de teatro en la que participaba mi hijo Rodrigo. En francés, que es el segundo idioma que tienen los de 4º grado. Obra representada en una clase adecentada convenientemente para el momento pero sin exageraciones. La clase tenía lo que tiene que tener una clase. No la habían transformado en algo distinto. El hecho es que la obra duró un cuarto de hora y todo salió bien. Al acabar, la profesora pidió a los padres que nos pusiéramos de pie y entonces cantamos el himno de Canadá en… ¡francés! Y todavía al acabar puso en un círculo a padres e hijos y cantamos una última canción sobre el cuerpo humano llena de gestos. Pese a los minutos de añadidura, nadie estaba apurado por la hora (en Calgary la gente no va con prisas) aunque algunos padres tuvieran que volver a trabajar. Y todo ese sosiego de no tener prisa, de hacer tu trabajo como profesor sabiendo que los padres están de tu lado (aquí no se plantea otra cosa), de trabajar con alumnos que respetan a su profesor… se traduce en que los alumnos hicieron una buena representación y de que finalmente han aprendido mucho francés en poco tiempo. Mi hijo ha podido avanzar mucho más en francés porque la profesora no se desgasta mandando callar a sus alumnos, porque no tiene conflictos con los padres (raro sería aquí en Canadá) y porque apenas tiene que emplear tiempo en rellenar documentos y documentos de notas, actas y otro tipo de maravillas burocráticas de las que gozamos en España. La profesora tiene un único cometido: que, en este caso, sus chicos de 4º aprendan francés. Y lo hace con alegría, con responsabilidad y con criterio porque, entre otras cosas, no tiene otros asuntos de los que ocuparse.
Recojo a mis hijos por turnos: primero a Mencía a las 15:15, luego a los otros dos a las 15:30 en otro edificio. En el edificio de los pequeños, al salir, la secretaria tiene siempre sobre su mesa varias tiras de pegatinas y los niños se acercan a coger una. Una por alumno. Y se van tan contentos. El coger la pegatina y pegarla sobre la mano o en la mochila pone fin a la jornada escolar. Es una buena manera (y muy barata para el colegio) de acabar el día.
                                                                                              JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes

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