LA COLMENA (1945-1951)
Entre
los comentarios que en la edición de 1965 y a modo de introducción hacía Cela
sobre esta novela, decía que ya iba siendo hora de que este libro fuera sentando cabeza, pues en su mocedad no
hizo más que darle disgustos a su padre. Y es que aunque el propio autor
aseguró haber iniciado su redacción en 1945, no lo remató hasta el verano del
48, y después lo siguió corrigiendo,
sobando y puliendo, hasta 1950. No consiguió verlo publicado hasta 1951, y
hubo de ser fuera de España, en Argentina, dado que en nuestro país no
conseguía pasar la barrera de la censura, por cuestiones tanto políticas como
morales. Sólo en 1955, coincidiendo con una tímida política aperturista, apareció la primera edición española.
“La
colmena”, -a nuestro entender título más acertado que los de “Café
Europeo”, “Café la Delicia” o incluso
que el de mayor carga dramática: “La ciudad llagada”, que precedieron al
definitivo, refleja la sociedad de la posguerra, con sus secuelas de carencia,
inseguridad y desconfianza. Centra su observación particularmente en la clase
media madrileña, y recoge el ir y venir de numerosos personajes, en una zona
bien determinada y en corto espacio de tiempo, tres días del año 1943.
Inestabilidad, ausencia de horizontes, cortedad de miras, perentoriedad y
atención a las necesidades más primarias y a los instintos más primitivos,
donde el individuo trata de hallar algún alivio a su frustración.
Numerosos
personajes se cruzan en el camino. Muchos de ellos tienen entre sí cierta
relación, pero en general parecen ignorarse. Próximos, como en las celdas de
una colmena, pero claramente distantes. Algunos, como doña Rosa, la dueña del
café La Delicia, y Martín Marco, intelectual y poeta sin apenas recursos,
cobran especial protagonismo; y en torno a ellos giran otros personajes, con
relación más o menos directa. Seis capítulos y un epílogo, en los que las
secuencias de acciones que transcurren en paralelo se barajan y entrecortan
permanentemente, rompiendo la tradicional unidad de tiempo y acción.
Y
sobrevolando a todos ellos, el narrador omnisciente, que penetra en el interior
de cada personaje, nos descubre sus más íntimos pensamientos, sus deseos, sus
angustias y sus pequeñas satisfacciones. Y, pretendiéndolo o no –hasta qué punto, sólo Cela lo supo-,
realiza una denuncia social y abre la puerta a nuevas perspectivas literarias.
La
colmena es una gran novela –posiblemente la obra más universal de su autor-,
aparentemente ligera y espontánea, pero concienzudamente elaborada. Cela la
presenta, en la edición de Buenos Aires, como la primera parte de una trilogía
que habría de llevar por título ‘Caminos inciertos’, pero cuya segunda y
tercera parte nunca llegaron a aparecer.
Se
trata de una obra coral, en la que los personajes se insertan y cobran mayor o
menor relieve, pero en la que ninguno de ellos resulta especialmente
protagonista; el protagonismo es claramente colectivo. Tampoco tiene argumento definido, sino peripecias particulares insertas en un contexto más o menos
próximo. La Colmena es una novela sin
héroe, -nos dice el propio Cela- en
la que todos los personajes, como el caracol, viven inmersos en su propia
insignificancia
La
Colmena se caracteriza por su manifiesto realismo. De pálido reflejo de una áspera, entrañable, dolorosa realidad la
calificó su autor. Esta novela mía
–advierte Cela- discurre exactamente como
la vida discurre. Cela observa y recoge la vida que se agita en esa colmena
que representa al Madrid de la posguerra.
Los
episodios que a lo largo de la novela se desarrollan en distintos escenarios:
la calle, bares y cafés, la intimidad de las viviendas, reservadas casas de citas y sórdidos
burdeles… Aunque, sin duda, un lugar adquiere claro protagonismo: el café ‘La
Delicia’, regentado por doña Rosa, lugar donde da comienzo la narración, al que
se vuelve en varias ocasiones, y en el que se acreditan como clientes
generalmente asiduos algunos de los personajes más representativos.
En
La colmena, como en el resto de sus creaciones narrativas, Cela no se limita a
presentar la realidad, sino que penetra en el interior de los personajes, al
tiempo que ejerce un juicio crítico sobre aquella. De ahí la consideración de
‘realismo social’ que generalmente se les atribuye. Pero en medio de tan
desolador paisaje, siempre es posible encontrar resquicios menos oscuros, en
los que se dejan sentir la compasión, la ternura, y en ocasiones incluso
motivos suficientes para sentirse esperanzado. Los personajes son, a su juicio,
víctimas del contexto social que les ha tocado vivir. A medida que avanza la
novela, se aprecia un atisbo de esperanza, un asomo de solidaridad.
Seguramente por
ello, la censura de la época se
mostró particularmente intransigente. Cela, con su particular sentido del
humor, escribe: publico esto en pedazos
porque tengo que comer. El cura que me censuró es un desdichado. Y en la
carta que dirige a José
María Valverde, el 27 de octubre de 1954, le comenta con fina ironía y
sarcasmo: La Colmena, gracias a los
buenos oficios de la Santa Madre Iglesia, siempre tan preocupada en velar por
la pureza de las costumbres, está prohibida.
Con
la realización de La colmena –no digamos con las que habrían de venir después-
cumple Cela sobradamente el papel social que todo escritor está llamado a desempeñar.
Meritoria labor la que corresponde desempeñar a la novela social, en la que
consideramos tiene La colmena un puesto de honor.
ÁNGEL
HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro. Doctor en Ciencias de la Educación y estudioso
de Cela
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