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62. Centenario de Griñón

       

PALABRAS EN EL CENTENARIO DE GRIÑÓN

Los tiempos que corremos los señorea la imagen más que el concepto, la sabrosa pincelada del recuerdo más que la sólidas columnas de su arquitectura, la anécdota más que la categoría, la mariposa más que la abeja… Son otros tiempos. Distintos. Quizá ni mejores ni peores que sus inmediatos.

El caso es que para la intervención del 22 de abril que se me encargó en esta ocasión yo preparé lo que sigue, que iba decidido a pronunciar despacio y arrastrando las palabras para que, ya que me salían del alma, se viera que efectivamente era de su fondo.

No hubo lugar. Me preguntaron por qué Griñón fue Griñón y algo dije de lo que tenía escrito. Prometí dar aquí el texto entero. Es el que sigue:


En la escaleta de esta sesión del Centenario de Griñón se me señalaba como un representante entre numerosos, uno de tantos, de los formadores de esta Santa Casa, para que diera testimonio de la dirección formativa que aquí nos proponíamos sus formadores. 

De acuerdo. Apuntaré, por sintetizar, con tres paradigmas las entrañas de nuestra instancia lasallana: de dónde partíamos y hacia dónde pretendíamos ir.

·        Primer paradigma. Para sintetizar lo que era para nosotros el Griñón ideal de casa de formación permitidme que haga míos los versos de don Miguel de Unamuno, cuando el futuro rector de la universidad de Salamanca le hablaba al Cielo “En la basílica del señor Santiago de Bilbao”.

(Apunto al Griñón  escrito con caligrafía de ángel en el Libro de la Vida, el más real y verdadero Griñón).

Decía Unamuno: Aquí soñé mis sueños de la infancia, / de santidad y de ambición tejidos, / el trono y el altar, el yermo austero, / la plaza pública.

Primera instancia. Antes de ser formador, yo, aquí, en Griñón, 1942-1949, siete años, número bíblico, soñé como formando los sueños de mi infancia que había iniciado en una escuelita de los HH. en Madrid, Santa Susana, con un gran lasallano, el H. Julián, que en gloria está (Venía de La Salle a La Salle). Sueños de santidad y de ambición tejidos, ni más ni menos que los unamunianos; el trono y el altar, en el caso de Griñón, el magisterio y el más vigoroso estilo cristiano de la pasión religiosa; el yermo austero, que eso era Griñón, a la letra, yermo y ascética austeridad; la plaza pública, la vida hacia una sociedad sin fronteras, la gran plaza de la educación, abierta a todo horizonte.

A aquel Griñón había que venir, y no a otra cosa, a soñar los sueños de la infancia, la adolescencia y la juventud de santidad y de ambición tejidos, el magisterio y el estilo, el yermo austero y la plaza pública, es decir, la misión apostólica de la educación.

Seguía Unamuno:
Aquí lloré las lágrimas más dulces / más limpias y fecundas, las que brotan / del corazón que cuando en sí no coge / revienta en lágrimas.

Aquí anhelé el anhelo que se ignora, / aquí el hambre de Dios sentí primero, / aquí bajo tus piedras confidentes / alas brotáronme.

Aquí, en Griñón, habría de anhelarse, mi don Miguel, el anhelo que se sabe y el anhelo que se ignora. Aquí surgió poderosa el hambre de Dios, que en mi caso traía de Santa Susana. Y si allí fue hambre primera en asaltarme-, aquí fue, además, sed de ciervo herido y hambre de menesteroso a quien le está sabiendo el pan a pan y la manzana a paraíso. Y eso mismo habría de ser para quienes venían de los pueblos, con la garantía rural de las mejores raíces ancestrales.

Aquí ceñido, no por piedras confidentes, sino por sus ladrillos rojos, como el mar Rojo de la hebreos en su marcha a la Tierra Prometida, nos habrían de brotar las alas que nos tenía destinado el Cielo. No se veían ni se ven. Aquí a todos nos iban a poner alas los ángeles custodios de Griñón.

Vuelve a hablar Unamuno: Aquí el misterio me envolvió del mundo /cuando a la luz eterna abrí mis ojos / y aquí es donde primero me he sentido / sólo en el páramo.

El misterio del Cielo y el misterio del mundo, aquí habría de envolvernos  y venirnos a visitar. El mundo espiritual y el sagrado mundo de la Patria y del cosmos, el Renacimiento, la Cultura y el Arte, las Ciencias, la Música y las Letras…

¡Ah, Orizana, el Cervantes lasallano que aquí nos echó a cabalgar sobre el campo de la Mancha del mejor quijotismo humanista y religioso!

·        Segundo paradigma. Yo no podía ya como formador prescindir de la imagen del Griñón ideal de mis años de Escolasticado. Otros formadores, piénsese, tampoco podrían prescindir de los mejores años suyos. Alguno me ha repetido, en mi caso concreto, a cuenta de mis entusiasmos por La Salle que he vivido, empezando por Griñón, que he sido un privilegiado, por no decirme que he vivido en un mundo que no fue el real desde que puse el pie en Griñón un 5 de enero de 1942 hasta hoy.

Privilegiado porque tuve la providente fortuna de pasar por un Griñón con alturas de cordillera. Otros podrán mentarnos otras vigorosas y propias cimas. Una de las mías y la más alta, sirva de ejemplar y paradigma, se llamaba cordillera Orizana.
Este sería un ideal que me precedería en mi tarea de formador.

¿Cuál? Estudiábamos magisterio en mis años de Escolasticado y de golpe nos encontramos inmersos en los más entrañables “estudios generales”, universitarios. Orizana, como el padre Feijoo en su tiempo o Menéndez Pelayo en el suyo, él solo era una universidad. Aquella escuela de magisterio era, como él pretendía para todo centro docente, un alegre y serio “centro de estudios” y “un foco de cultura”. Las egregias figuras, ¡enorme talla!, de Velandia y de Mencía –profesores en su tiempo- a su lado eran meros acólitos. Lo había traído de fuera el H. Guillermo Félix, clarividente. Mirábamos a Orizana y tenía la mirada del águila enjulada, venida de otro cielo, (recortada no en su instancia, aunque sí en su circunstancia, terminología suya). Agitaba sus enormes alas en aquella jaula de oro que era entonces Griñón, y lo desentumecía todo y nos mostraba un dilatadísimo horizonte religioso, de ciencia y de cultura profana que se ponía en pie al servicio nada menos que del Reino de Dios. Cuanto tocaba lo dilataba con su mirada aguileña de lumbre y de luz. Le venía que ni pintado el lema de su vida: tot lumina, tot limina.  Detrás de su persona avanzaba en formación el Antiguo Testamento, Jesús y el Nuevo, Platón y el mundo griego, Quintiliano y España, el Renacimiento y Fray Luis, La Salle y La Salle… Nos anegó tanto caudal. Salimos de aquella navegación hacia los altamares de la Cultura, el Arte, las didácticas creativas, el estilo. Lo que navegáramos en esa dirección nos llevaba al gran Puerto de nuestro destino en el mundo: instaurar y dilatar el auténtico Reino de Dios.

Y si Griñón dio a luz tan feliz parto, todo un paradigna,  como fue Orizana, deducidlo con todo rigor lógico y de forma sencilla, era porque Griñón tenía entrañas para alumbrarlo.

Tercer paradigma. Brevemente. Poniendo ya pie más concreto en mis breves años de formador, 1961-1963, Escuela de Magisterio La Salle, Escolasticado, promoción de La Borrasca y contiguas, una mera mención, tras lo dicho. Yo era un recién llegado del Iesus Magister, de Roma, más cargado de ilusiones que de realidades, así que no os apuntaré de este momento– en gracia a la brevedad- más que la creación de la revista AFDA y de ella nuestro concepto de la piedad. Sirva de cifra. Decía el pregón de su número cuatro, que apuntaba a un propósito que entonces hacíamos nuestro y sigue urgiéndonos hoy:


Nuestra pasión radical de hombres es Cristo. Todas nuestras demás pasiones están flageladas por ella.
Cristo es nuestra gran ilusión, nuestro aliento en la marcha por la vida, nuestro pan y nuestra sal.
No pensamos sin pensar en Él. No proyectamos sin verle a Él inmortal, sobre el horizonte. No nos alegramos sin que él sea el cogollo de nuestra alegría. No rezamos sin juntar nuestras manos sobre sus rodillas. No hablamos sin sentir que Él nos escucha. No abrazamos a nadie sin abrazarle a Él. No se encienden nuestros ojos sin que le tengamos presente. Con Él a la vera caminamos, con su silencio dormimos, con su viático comemos el pan que nos hace fuertes.
Cuando los hombres nos recortan las alas, Él nos da las suyas inmensas y nos da el vuelo largo. Cuando nos envidian y nos zancadillean, Él nos hace recios. Cuando nos roban, Él es nuestra riqueza. Cuando nos nublan la alegría, Él es en nosotros, desde dentro, un fuego creador.


           ¿Queréis cima más alta que la que apunto con en este paradigma tercero?

Un ruego, para terminar. No echéis de menos esto o lo otro en el Griñón de estos cien años. Ni lo mentéis. El logro fue tan magno que os empequeñecerá el mencionar lo que como carencia o defecto no pasaría de mero tamo de la era o de inevitable polvo del camino. Lo demás, lo que celebramos: grandeza, la grandeza que os he intentado apuntar con tres muestras o paradigmas.

CARLOS URDIALES RECIO
Maestro, exsubdirector de la Escuela de Magisterio La Salle


















 ( casi 5 páginas, 150 líneas, 1430 palabras).

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