UNA MUJER QUE SE HACE NOTAR POR SU BONDAD
El viajero llevaba dos días en Colombia. Conocía a pocas personas
y lugares de este país. Había contemplado muy de mañana, desde la terraza, el
panorama que se extendía ante sus ojos y el círculo de montañas y pequeños
bosques, campos de guaduas y cafetales, que arropaban Sevilla. Había paseado por sus
calles y rezado en su Basílica. Algunas calles vencían el pequeño valle
trazando una gran comba. Si un muchacho se lanzaba desde un extremo en
monopatín podía recorrer casi dos veces la larga y pendiente trayectoria sin
ningún esfuerzo.
Recordaba el viajero la terraza de la casa de la mamá
de Nancy y la pequeña escalera que conducía al apartamento de Mary, su hija, y
al jardín. Y –por ese caprichoso juego de la mente y de la ley de asociación de
ideas–, se acordó de uno de los arriacenses, quizás el más importante de la
larga historia reciente de Guadalajara: Buero Vallejo, que decía: Yo escribo
acorde con mi sensibilidad y mis preocupaciones.
Y una pena era –Buero tenía una cierta predilección por la ceguera–, ser
ciego en Colombia como también serlo en Granada y en tantos otros lugares. La
escalera conducía al jardín de Doña Tulia –una botica viva–. Nada tenía que ver
con aquella de La historia de una escalera. Pero no le importaría al viajero
–todo lo contrario–, fabular con ella. Y se acordó de un hecho que le relató
Nancy, él sentado en uno de los peldaños de la escalera y ella apoyada en la
baranda de madera que se asomaba al jardín. En la obra de Buero Vallejo Irene o el Tesoro, el viajero sabe que son importantes los duendes
y las hadas en ese mundo de ensoñación que creó la fantasía del dramaturgo.
Nancy contó al viajero que un duende raptó a su hermana Sandra cuando vivían en
el Corregimiento de Cumbarco: entonces, de una sola calle, que termina en el río Barragán, rodeado el lugar
de bosques y vigilado por la Madreselva, bello nombre que tiene el pico más
alto que cuida al valle. (En Colombia, hay Veredas, Corregimientos, Pueblos y
Ciudades, atendiendo a la importancia y número de habitantes). Le dijo Nancy que buscaron a Sandra durante
toda la noche. Los policías –que eran amigos–, rastrearon el bosque y orillas
del río sin resultado alguno. Al día siguiente, apareció la niña, con una
corona de flores en la cabeza, sonriente y cantando una canción que le había
enseñado el duende. Y a todas las preguntas que le hacían sobre dónde había pasado
la noche, respondía: “–He estado con el
duende. Me hizo la corona de flores y me enseñó canciones. Es muy bueno”. Y
el viajero fantaseó. La noche anterior a dejar el pueblo la familia de Nancy para
residir en Sevilla-Valle, imaginó las palabras que dijo el duende a Sandra para
que las trasmitiera a sus hermanas.
Corregimiento de Cumbarco, donde Nancy pasó su infancia. |
Las niñas, que
jugaban en el prado –donde veían el cine
en otras ocasiones–, en una noche cálida y estrellada, escuchaban atentamente y
muy extrañadas por lo que Sandra decía. Era muy difícil que una niña tan pequeña
–apenas de cinco años–, hubiera aprendido tantos versos. Pero era el duende el
que hablaba a través de ella...
“Peregrinarán los recuerdos por el tiempo
y las cosas que os llamaron la atención,
así como hicieron aflorar los sentimientos...
Todo vivirá en vuestro corazón.
Escucharéis, con frecuencia, el eco de los valles.
Recordaréis que las horas vividas fueron bellas;
dibujaréis la sencillez de aquellas calles
y soñaréis, como niños, con estrellas.
Alzaréis los ojos para mirar al cielo
y tendréis la tranquilidad de recordar;
y, cuanto amasteis, debéis siempre añorar
como la noche se enamora del lucero.
Tendréis recuerdo de aquellas casas familiares,
edificios seréis de memorias y esperanzas,
jardín seréis de estrellas y cantares,
tranquila vuestra vida en mares de bonanzas.
Llevaréis en el alma sonrisas de pinares,
estrofas de plata que el río allí rimaba;
llevaréis la alegría de bailes y cantares
y el recuerdo de inocencia en la mirada.
Será vuestro recuerdo de valles y de sierra,
de colinas, de montes y de claras quebradas;
y de cielos azules que la bóveda cierra,
recuerdos de amaneceres y de albas doradas.
Sera vuestra memoria caricia de los prados
y será la frescura de aguas cristalinas.
De juegos inocentes, de tiempos añorados,
de bello amanecer detrás de las colinas”.
Así se despedía el duende. Y escuchaba
solamente Sandra que alegre sonreía,
su emocionado adiós que en versos recitaba
cuando el agua del río tranquila discurría.
Era la noche anterior, una noche de estrella,
y los niños jugaban sentados en el prado.
Dejarían Cumbarco, la Madreselva bella
y el claro cielo azul del pueblo enamorado.
“¡Adiós amados niños! ¡Adiós Sandra querida!
Yo soy el duende bueno que te enseñó canciones,
que adornó tu cabello, al alba amanecida.
Soy el duende que quiere alegrar corazones”.
(Y como se
celebra el centenario de Buero este año, sean estas líneas, el humilde homenaje
que rinde el viajero a este insigne guadalajareño. Pero no es una fantasía lo narrado.
Fue real, aunque difícil de creer.)
Feria de las Flores (Medellín) |
El biorritmo del viajero no se había adaptado aún a
esa nueva situación, como demostraba que la noche anterior había dormido muy poco.
Y, además, no sabía si era el frío –como pensaba doña Tulia–, pero tuvo que levantarme
varias veces para ir al baño. Se acordó
del protagonista de la obra “El amor en
los tiempos del cólera”, – su autor es hijo predilecto de estas tierras,
nacido en Aracataca, donde también nació el fotógrafo y caricaturista Leo Matiz
Espinosa. Y se enteró el viajero de algo que nunca hubiera pensado. Fue allí donde nació la
canción –que él cantaba de niño–, al son de los acordeones: Santa Marta, Santa Marta tiene tren, pero no
tiene tranvía, del maestro Bolañito–.
El protagonista de El amor en los
tiempos del cólera –escribía el viajero, antes de su distracción–, sufría
el tributo que el hombre casi siempre paga
a su naturaleza cuando el vigor disminuye. El viajero tenía que atravesar la
terraza; pero el tiempo era
agradable, aunque fuera la una y media,
las cuatro y las siete de la mañana, hora en que el agua fría de la ducha
terminó con sus cavilaciones.
Guatapé |
Nancy durmió casi toda la noche. El viajero estuvo,
entre soliloquio y soliloquio, sufriendo una noche toledana, pero sin diversión
alguna. En ocasiones así, se tiene mucho tiempo para pensar...
Mientras el viajero escribe –era el domingo, día 22 de
junio, el Día del Padre en Colombia–, la radio transmite un sentido homenaje a
todos ellos, salpicado de una emoción profunda en las letras de las canciones
dedicadas. Desde ese momento, el viajero no se cansaría de escuchar esa música.
Llega a la fibra más íntima del corazón. Y se pregunta: ¿Qué papel habrá jugado
esta canción sentida –en la que los intérpretes ponen su alma–, en la forma de ser de estas buenas gentes?
Seguro que mucha. El mundo necesita humanidad y, en la música que escuchaba,
hablaban los más profundos sentimientos
humanos. El viajero se había enamorado
de Colombia sin conocerla aún. También de su música. Y se alegró de que su
experiencia contradijera las palabras de Pío Baroja cuando afirma que “los aficionados a la música son, por lo
general, gente un poco vil, sometidos y amargados”. Desconoce el viajero
cuál fue su experiencia para hacer tal afirmación. La Sevilla colombiana es
música que inunda las calles desde las puertas y ventanas de las casas y ríe
porque no quiere que ningún día sea perdido. Es así. Y el viajero sabe que
cuando uno ríe –o se ríe de las cosas que le hacen mal–, olvida. Y el olvido es
siempre una buena higiene mental necesaria, como lo es la de la boca o la del
cuerpo. La mente necesita el lavado del olvido de muchas cosas; sobre todo, de las
negativas.
La mamá de Nancy, Doña Tulia, no se olvidó de felicitar al viajero. Es una señora
muy amable. Sus hijos, sus nietos y biznietos llenan su vida. La veía,
frecuentemente, entre los fogones, donde –según Santa Teresa, la gran santa
andariega de Ávila–, también se encontraba a Dios, a quien Doña Tulia llamaba
"mi Diosito", como es costumbre por esa tierra. En su casa, tienen
todos muy buen apetito –entonces tendría que decir el viajero menos Diana,
hermana de Nancy–. Pero si hace caso a Byron, que llama al hombre “pecador
hambriento”, y dice de él que, desde que Eva comió la manzana, gran parte de su
felicidad depende de la comida, Duber –por citar solo uno de los familiares–, hace
suyas las palabras del alemán.
Nancy servía el
desayuno al viajero. Doña Tulia se sentó
frente a él y, como estaba muy pensativa, le preguntó:
–¿En qué piensa?
Nancy dijo:
–Mi vieja, es que le gusta hacer esa pregunta cuando
alguien está abstraído.
Y alzando las manos y los ojos al cielo, dijo doña
Tulia:
–En mi esposo, en mis seres queridos.
Y a continuación, como impelida por un deseo
incontrolado, su memoria prodigiosa recordó uno de los viajes a la costa. Los
lugares donde estuvo eran desconocidos entonces para el viajero. Pero siguió,
con atención, su relato. Doña Tulia se expresaba correctamente y sus ojos se
iluminaban con la viveza del recuerdo, que había sido un perpetuo sueño en su
oído. Pero tenía un pesar.
–¿Cómo le parece que no pudimos ver las fotos porque
la cámara de video se estropeó?
Lo afirmó como si hubiera perdido algo muy importante.
Vista de Medellín y el río del mismo nombre que cruza la ciudad. El metro cable
sigue su curso. El primer puente que unió las dos partes de la ciudad fue el Guayaquil.
|
–En Medellín –continuó– viajamos en el Metro Cable que va por el aire y después en el metro (un bus) y fuimos al Peñón de Guatapé, (donde las casas se visten de colores –como sabe el viajero–. Es una sinfonía que envidiaría la misma primavera. Y cree que sería el mejor escenario que podría encontrarse para escuchar la Primavera de Vivaldi; por algo el municipio es conocido como “el paraíso turístico de Colombia”, “pueblo de zócalos” o “Mar Interior de Antioquia”, entre otros). Nos acompañó en la comida la música de cuerda. Estuvimos en la isla de Múcura –lugar para soñar y olvidarse de todo–, y en la turística Santa Marta (Playa Blanca) donde el agua del mar es un cristal azul. En esta ciudad murió Simón Bolívar, el Libertador, “hastiado de mujeres y de gloria” –escribió Pedro Moreno Garzón–. No hay pueblo o ciudad que no tenga una estatua o alegoría de Bolívar.
El Peñón de Guatapé. Para aquellos que no tengan
vértigo, 220 m y más de 700 peldaños de escalera.
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Y parecía alegrarse, recordando las numerosas risas de
las olas, en esos momentos, tan lejanas. Doña Tulia entornó los ojos y su recuerdo
se fue al mar tranquilo, un ensueño de aguas azules, donde la belleza tiene
nombre de santa. Y continuó:
–Atravesamos el río Magdalena en un planchón. (Ahora el
viajero sabe que uno de sus brazos da nombre a Mompox –así se llamaba el Cacique–,
una ciudad hermosa, a orillas del azul del río que se mezcla con el mar). En Cartagena, no pudimos subir en la Chiva –dice
con pesar–; (la Chiva es un autocar
pintado con gusto y colorido, como si en él, naciera cada día la primavera);
pero vimos el castillo de San Felipe y Santa Catalina... En Valle Dupar, donde
la música es el vallenato, el sancocho –probablemente hecho con agua del río–,
me produjo un malestar tan grande que tuve que ir a la clínica.
(El viajero sabe que uno de los fundadores de Valle
Dupar fue el español Juan de Castellanos,
nacido en Alanís (Sevilla). Fue explorador, descubridor, conquistador, poeta y
sacerdote. Ostenta el récord del poema más largo de la lengua castellana: Elegías de varones ilustres de las Indias,
en las que imita a Alonso de Ercilla. Consta la obra de 113. 609 versos endecasílabos,
agrupados en octavas reales. La obra se divide en cuatro partes).
Eres ciudad romántica,
atrapada en el tiempo y en el
río;
tienes el alma clásica
y fue tu poderío,
Mompox y brazo del Magdalena del mismo nombre
Eres Semana Santa,
eres arte, eres mar, eres
historia;
tanta belleza, tanta,
no cabe en mi memoria
ni encuentro, en mí, palabra
laudatoria.
Oyendo a Doña Tulia, el viajero comprendió que,
ante tanta belleza de la naturaleza, la
gente de Colombia se sienta orgullosa del paisaje de la misma y respeten y
admiren la enorme cantidad de árboles que tienen, sus ríos, valles, montañas y
numerosas lagunas. El viajero leyó a un poeta, llamado Enrique Álvarez Henao (apellido este que
llevara nuestro Calderón de la Barca, que aprendió el viajero, siendo un niño,
en Griñón. El hermano Bernardo era muy exigente; él memorizaba todo. Calderón se llamaba Don
Pedro Calderón de la Barca Henao de la Barrera y Riaño. No es de extrañar que
con tantos apellidos fuera tan gran poeta). El poeta lírico colombiano, al que se refiere
el viajero, de elevada inspiración,
nació y murió en Bogotá muchos años después que el español, en el siglo
XX. Álvarez Henao tiene un poema que
titula Oración del árbol, inspirada
en un autor portugués desconocido, digna de ser leída. El viajero desea que tú, que esto lees, también la conozcas
porque a él le llamó mucho la atención y le ayudó a comprender muchas cosas que
se han perdido:
Tú que pasas a mi lado y
levantas contra mí tu mano,
antes de hacerme daño escucha mi plegaria:
Soy el fuego de tu lumbre y el calor de tu hogar
en las noches frías de invierno;
soy la sombra amiga que te protege contra los ardores del sol,
mis frutos calman tu sed y alegran tu marcha en la jornada;
soy medicina para tus enfermedades;
Plaza (Valle Dupar) que recuerda algunas plazas
españolas. El estilo clásico sevillano es abundante en esta zona y, sobre todo,
en la ciudad de Mompox.
soy flor de belleza que adorna tu vivienda
y para obsequiar a tus seres queridos;
de mi cuerpo se fabrica el juguete de tus niños.
Soy la viga sobre la cual se
levanta tu casa
y que sostiene tu techo, la tabla de la mesa en que comes,
la silla en que descansas y la cama que recibe tu sueño;
soy la cerca de tu heredad y el mango
de tus herramientas de trabajo;
defiendo tus cosechas de la falta de lluvia
y de las inclemencias del viento;
cuando naces, te recibo en una cuna; y, cuando mueres,
en forma de ataúd y de una cruz,
te acompaño en el seno de la tierra.
Si me amas, como merezco, no me hagas daño
y defiéndeme de los vándalos y desalmados
que me hieren.
Soy el árbol.
Isla de Múcura, un paraíso natural que cautiva |
Y es aún más curioso. Con letra de Alfredo Gómez-Jaime y música de Daniel Samudio, el Ministerio de Educación Nacional de la República, en 1945, adoptó, como himno oficial de las escuelas y colegios, unas estrofas dedicadas al árbol. En ellas se les dice a maestros y a niños que amen al árbol porque es "nuestro magno abrigo”, "la primera barca sobre el río y el mar", "puente", "atalaya", "pasto del horno ardiente y lumbre del hogar"; "fuerza y armonía". "Es un bello gigante que ríe bajo el sol"...
"Compasión para el árbol: proteged al coloso
que es la gloria y el alma de la muda extensión.
Es torpe quien profane su ser maravilloso,
es malo quien destroza su noble corazón"...
Es una verdadera lección de respeto a la naturaleza
representada en el árbol. Sin olvidar que el cristiano habla del "árbol de
la cruz".
"Y de su propia entraña,/ cual áncora sublime,/ formó divina mano/
la redentora cruz.”
Quizás los niños de hoy hayan olvidado todo esto
porque nadie se lo ha enseñado...
Sin embargo, si de algo se acordaba doña Tulia era de
la gente. Buena gente: franceses, argentinos, colombianos, que tenían mucha
plata y le hicieron probar, por primera
vez, la langosta y comió peces que no cabían en una gran bandeja. Y sabe el
viajero –porque se le decía la expresión
de su rostro–, que Doña Tulia fue feliz; y que la “platita” –como ella decía–,
que le envió su reina (así llamaba a Nancy) le había permitido conocer un mundo
diferente – que también conoció el viajero–. Recordó este haber leído algo
aplicable a Doña Tulia. Era dichosa porque, como Ulises, había terminado un
bello viaje.
Plaza de Alfonso López, Presidente que fue de Colombia (Valle Dupar). Uno de sus fundadores fue el sevillano Juan de Castellanos. |
–No llore.
–No, si no lloro. Es que todo es muy hermoso
Y, dado el día que era, recordó, emocionada, a
cantantes que habían muerto: Diomedes Díaz, Celia Cruz, Fani Nike, y otros. Y
una profunda nostalgia recorrió su alma cuando recordó a Gardel, nacido en
Argentina, pero criado en Medellín –ciudad que debería ser más famosa por la
Feria de las Flores y su belleza que por su Cártel–. Allí, el argentino-colombiano
tiene un museo.
Son los sentimientos los que hacen buenas o malas a
las personas, sin olvidar las acciones. Son ellos los que mueven los afectos
del alma, como lo hacen los pies con el cuerpo. Doña Tulia es buena. Y dijo al
viajero, con pesar, que algunos que tienen mucha plata no se hablan con los pobres
o parece que los desprecian. Y sentenció con toda razón: “Pobre o rico, tapado
en el dinero, le está esperando la misma tierra”. Y llevaba razón Doña Tulia.
Ella no era muy rica, pero sabía que valía menos procurarse riqueza que
felicidad, que también es un privilegio de quienes la buscan en las cosas más
sencillas. Parecía seguir el consejo: Sed sencillos y os haréis notar. Doña
Tulia se hacía notar por su bondad y por su dedicación a la familia. Son las
personas las que hacen el hogar; ese del que el poeta colombiano José María
Samper escribió:
...Más del naufragio, todo el tesoro
de mi esperanza pude salvar
y hallé el secreto del bien
que adoro
bajo el misterio del dulce
hogar...
...¡Oh dulces horas de mi
contento
quien os pudiera
multiplicar
si es un
encanto cada momento
que se
desliza bajo mi hogar...
ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Psicología
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