EL
CAMINO
Miguel Delibes no iba
para escritor. Siguiendo los pasos de su padre, había estudiado en la Escuela
de Derecho y Comercio de Valladolid. Pero un buen día su mujer le animó a
escribir una novela y presentarla al premio Nadal. Presentó La sombra del ciprés es alargada y ganó
el premio un 6 de enero de 1948. Su segunda novela se tituló Aún es de día, muy por debajo de la
altura que luego alcanzarían Los santos
inocentes o Diario de un cazador. Cuando
se puso a escribir El camino Delibes
sabía que quizá era su última oportunidad para consagrarse como escritor. O
definitivamente alcanzaba el éxito o tendría que conformarse con ser un
escritor más. Y Miguel Delibes cambió su estilo, dejó de pensar en el qué dirán
y escribió de otra manera, más fresca, con oraciones más cortas,
desembarazándose de un cierto estilo barroco que hasta entonces le había
acompañado. Comenzó a ser la voz de los campesinos, de la gente de los pueblos.
Escribió El camino redactando tal y
como la gente rural hablaba. En tres semanas lo concluyó y en 1950 se publicó
este libro de indudable éxito. Los que investigamos a Delibes decimos que con El camino don Miguel encontró su propio
camino.
De pocas páginas y fácil
lectura, El camino repasa las
aventuras y desventuras de un niño al que su padre le ha condenado a
“progresar”. La última noche en el pueblo antes de marchar a la ciudad a
estudiar interno en un colegio, Daniel, el Mochuelo, repasa los acontecimientos
más importantes que le han sucedido en su aldea de Cantabria y en el valle que
la arropa.
Su padre, como
comentaba, quiere que su hijo progrese y no sea un pobre quesero como él. Tiene
Daniel once años. Va a dejar el pueblo cántabro en el que nació y vive, en la
Castilla que se asoma al mar por Santander. Es un niño despierto, capaz de
asombro, que todo lo encuentra nuevo, su curiosidad es insaciable. Uno de sus
amigos, Germán, el Tiñoso, que acaba de morir, le puso el apodo por el que se
le conoce en el pueblo, el Mochuelo, pues
“lo mira todo como si le asustase” . Roque, el Moñigo, es el otro amigo de
infancia y peripecias. Ha asistido hasta ahora a la escuela del lugar. Es
conocido de todos y conoce a todos en el pueblo. Por su mente, ahora, van a
desfilar cuarenta personas de su pueblo, cada una con su personal carga rural.
El novelista ha distribuido en veintiún capítulos la materia de su narración
que cruza no sólo por la mente sino también por el corazón de Daniel: una
sucesión de anécdotas y recuerdos, un paisaje rural, la vida de su pueblo, la
duda de que para progresar deba abandonarlo, el misterio de la vida y de la
muerte, el valor de la amistad y de la cercanía, los encantos de la naturaleza
y de la infancia... Todo dentro del marco rural del que no ha salido en once
años.
Daniel esta noche no se
ha dormido pronto, como otras. Se revuelve en el lecho, los muelles de su
camastro chirrían: “Daniel, el Mochuelo,
se revolvió en el lecho y los muelles de su camastro de hierro chirriaron
desagradablemente. Que él recordase, era ésta la primera vez que no se dormía
tan pronto caía en la cama. Pero esta noche tenía muchas cosas en que pensar”.
Su
padre es “un gigantesco queso blando,
blanco y pesadote”. Su madre, que tiene el vientre seco y hubiera querido
darle una hermanita, no quería separarse del hijo.
Daniel,
el Mochuelo, no ha salido nunca de la cadena de montañas que rodea el pueblo.
Su valle lo es todo para él. Aprecia a sus gentes. “Su relato, por serlo de un niño, y por tanto, de un ser que no
comprende plenamente lo que ha vivido, tiene una ingenuidad atractiva”.
Su
inteligencia es despierta, su sensibilidad y emotividad maduras para sus años,
tiene la voluntad que puede pedirse a un niño y socialmente se relaciona bien
con los demás.
La inteligencia de
Daniel no comprende del todo muchas cosas, pero es notable y está despierta y
llena de curiosidad. Todo lo encuentra nuevo y digno de admiración, se asombra
y, ante muchas cosas al parecer poco importantes, abre su atención insaciable.
Daniel, el protagonista de El camino,
es un ejemplo a seguir para muchos niños que se aburren enseguida, que no saben
a qué jugar.
Las futuras generaciones
que quieran saber cómo se vivía en las aldeas del norte de España a mediados
del siglo XX, podrán acudir a este tesoro de vivencias, costumbres y buen uso
del español que escribió Delibes hace más de 60 años.
JORGE
URDIALES YUSTE
Doctor en periodismo. Profesor
Especialista en Miguel Delibes
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