NOCHE
La boda del río con la
luna clara.
Risas de luceros,
que danzan en números la
armonía clásica.
La luna se cierne en
lirismos azules.
Lluvia de resedas celestes
y blancas,
un mar de silencio,
sin olas, sin playas,
sin remos que parten
las serenas aguas.
El campo se duerme
en tienda de calma.
Sueñan los trigales
verdes, como sueño de
esperanzas.
Es la hora divina:
la boda del río con la
luna clara.
El Pisuerga sale
de entre las olmedas, que
duermen calladas.
La luna lo acecha,
lo busca, lo abraza,
en remansos plácidos,
en el rapto lírico de la
enamorada.
Pero en el silencio,
que el placer es casto,
y se profanara.
Ríen los luceros
con risas muy blancas.
Los chopos se yerguen
como candelabros gigantes
de plata,
en donde flamean invisible
llamas.
Retuércese el olmo,
con pasión cansada.
El viejo ciruelo
añora las flores que
cayeron blancas.
El céfiro blando
se esconde en las cañas
para ver a hurtadas, como
adolescente,
la boda del río con la
luna clara.
Los novios felices
se besan, se abrazan,
borracha de dicha
la noche se para.
Importuno el gallo
interrumpe el rito con voz
discordada,
que es grito de insulto
en aquel silencio de
liturgia mágica.
Lloran los alisos,
la alameda sueña lirismos
de plata.
Sobre un rosal nuevo,
donde con la aurora
brillaran diez llamas
–juglar del enlace-
un ruiseñor canta bello
epitalamio,
romance de amores,
en que son los besos
encendidas llagas.
oyen la romanza,
yerguen los alisos
épicas adargas,
y en cada una brilla de
amor una llama.
¡Qué feliz vi anoche
la boda del río con la
luna clara!
H. Nazario González
Madrid 1940
Bilbao 1935
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Envíanos tus comentarios