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63. Orizana


       NOCHE

 
  









La boda del río con la luna clara.
Risas de luceros,
que danzan en números la armonía clásica.
La luna se cierne en lirismos azules.
Lluvia de resedas celestes y blancas,
un mar de silencio,
sin olas, sin playas,
sin remos que parten
las serenas aguas.
El campo se duerme
en tienda de calma.
Sueñan los trigales
verdes, como sueño de esperanzas.
Es la hora divina:
la boda del río con la luna clara.

El Pisuerga sale
de entre las olmedas, que duermen calladas.
La luna lo acecha,
lo busca, lo abraza,
en remansos plácidos,
en el rapto lírico de la enamorada.
Pero en el silencio,
que el placer es casto,
y se profanara.

Ríen los luceros
con risas muy blancas.
Los chopos se yerguen
como candelabros gigantes de plata,
en donde flamean invisible llamas.
Retuércese el olmo,
con pasión cansada.
El viejo ciruelo
añora las flores que cayeron blancas.
El céfiro blando
se esconde en las cañas
para ver a hurtadas, como adolescente,
la boda del río con la luna clara.

Los novios felices
se besan, se abrazan,
borracha de dicha
la noche se para.

Importuno el gallo
interrumpe el rito con voz discordada,
que es grito de insulto
en aquel silencio de liturgia mágica.

Lloran los alisos,
la alameda sueña lirismos de plata.
Sobre un rosal nuevo,
donde con la aurora brillaran diez llamas
–juglar del enlace-
un ruiseñor canta bello epitalamio,
romance de amores,
en que son los besos encendidas llagas.

Los príncipes novios
oyen la romanza,
yerguen los alisos 
épicas adargas,
y en cada una brilla de amor una llama.

¡Qué feliz vi anoche
la boda del río con la luna clara!
   
 H. Nazario González
Madrid 1940
Bilbao 1935

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