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68. Madera de boj




14    Madera de boj

Dos novelas de Cela aparecidas en un mismo año, 1994: “El asesinato del perdedor” y “La cruz de San Andrés”. Y un lustro hasta ver publicada la siguiente: “Madera de boj”. Espacio éste, de cinco años, totalmente normal si consideramos la cadencia en que fueron viendo la luz las distintas novelas de don Camilo. Sin embargo, si tenemos en cuenta que cuando en 1989 a Cela le fue concedido el Nobel de Literatura estaba ya enfrascado en la que sería su última novela, los diez años transcurridos nos llevan a pensar en que -al margen del ‘atasco’ que esta especialísima distinción y la consiguiente implicación mediática pudieron suponer-, se trata de una obra, además de generosa en extensión, concienzudamente elaborada.
 
Cabe, lógicamente, suponer, que cuando los años se van echando encima, la fatiga de la mente es mayor, los reflejos más lentos y la resistencia menor. Aunque, en valiosa contrapartida, la técnica aprendida y la experiencia acumulada compensan con creces tales deficiencias. No diremos, acudiendo al tópico, que “Madera de boj” es, por tratarse de su última novela, el testamento del escritor. Sí, que esta circunstancia se deja sentir en la obra, y que la muerte, sentida sin lugar a dudas más próxima, está presente con especial  protagonismo. ‘El que resiste, gana’, fue siempre para Cela máxima y acicate, y quiere dejarlo de nuevo patente en esta su última novela: El que resiste gana porque la perfección es la meta de la constancia y la suerte del valeroso es aprender a tiempo que el amor no crece en las almas temerosas

Como en anteriores producciones, el autor se mantiene fiel a su idea de que la novela es reflejo de la vida, y como tal no puede tener argumento previo ni más desenlace que la muerte, esa pirueta que no es siempre igual. Podemos dibujar el decorado y pintarlo con mucha precisión, pero los personajes pueden escaparse si no se encuentran  a  gusto.  Cela,  a un tiempo  protagonista,  testigo y  narrador, hace en  más  de  una  ocasión  referencia a don Anselmo Prieto –autor  de  la inédita ‘La campana  del  buzo’- y a  la  encendida  defensa que éste hace sobre la clásica estructura de planteamiento, nudo y desenlace, que a su juicio toda novela debe presentar, y se manifiesta totalmente contrario. La preocupación por el orden –dice- es enfermiza y tiene poco sentido, pues cuando creemos que vamos a un sitio, la vida empieza a girar enloquecidamente  y nos lleva cubiertos de mierda a donde le da la gana. La expresión de este girar permanente se expresa a través de una estructura circular y cíclica. 

Si la fragmentación y la reiteración hasta la letanía son signos inequívocos del estilo celiano, en “Madera de boj” la atomización es extrema y el retorno insistente. Cuenta el autor con abundante documentación –fruto de un concienzudo trabajo de campo- sobre temas muy distintos y a la vez muy próximos: historia próxima y lejana, mitos, tradiciones, leyendas, dichVista previaos, supersticiones, conjuros, creencias…, y una cumplida relación de naufragios ocurridos en el litoral gallego o en su proximidad. Y parece como si, desarrollados por separado y completada la redacción de cada asunto, los hubiera troceado y barajado después, y ofrecido el resultado, aparentemente caótico, a la discreción del lector. No existe protagonista, pero sí un personaje central: la Costa da Morte. Si “Mazurca para dos muertos” nos acercaba a la Galicia campesina, la de tierra adentro, en  esta  ocasión  Cela rinde homenaje a la Galicia  marinera. El mar es, sin duda, elemento fundamental en “Madera de boj”. Hasta un total de 263 naufragios, salvo error u omisión, hemos contabilizado en la novela. En algunos casos, los menos, naves encalladas, varadas o remolcadas a tiempo; la mayor parte, por el contrario, con hundimiento total de la embarcación, aunque con desigual resultado en lo que a víctimas humanas se refiere. Vence la muerte, siempre la muerte. La constante letanía del mar, que no va y viene, como piensa Floro Cedeira, el pastor de vacas, sino que viene siempre, zas, zás, zas, zás, zas, zás, desde el  principio al fin del mundo y sus miserias […], viene siempre, igual que las ruedas de los carros que cantan por las corredoiras para espantar al lobo […], Floro cree que va y viene como el pulso de la vena de la sien, pero no es verdad […], el ruido de la mar viene siempre, como la vejez de los hombres y de las bestias, también de los carballos y de los tojos.

Son muchas las ocasiones en que a lo largo de la obra se hace presente el mar, y en todas ellas con especial sentimiento poético: la mar muge como un buey amargo, igual que un escuadrón de bueyes roncos  y amargos, quizá fuera mejor decir que la mar muge como un coro de cien vacas pariendo […], la mar no se cansa nunca, el tiempo no se cansa nunca, ni el mundo, que cada día es más viejo pero tampoco se cansa nunca, la mar se traga un barco o cien barcos, se lleva un marinero o cien marineros y sigue murmurando con voz afónica, con voz de borracho triste y pendenciero, amargo y peleón […], siempre hay que mirar para la mar, a la mar no se le puede perder la cara […], la mar exige mucha responsabilidad […], la mar es muy traidora y barre con fuerza […], hay tiempos en que la mar sacude con mayor consideración y rabia […], de la mar se puede estar hablando tiempo y tiempo.

Sentimiento poético que nace de la proximidad de la tierra que vio nacer a don Camilo y que despierta en él lo más primitivo y ancestral. Si de Oficio de Tinieblas 5 nos decía que era ‘la purga del corazón’, ahora nos confiesa que ‘Madera de boj’ es la purga del corazón y del sentimiento. El arraigo a la propia tierra es irrenunciable. A nosotros nos faltó arraigo –comenta el narrador a propósito de las razones que impidieron a Dick y a su familia, que también fue la suya, conseguir la casa con vigas de madera de boj que siempre pretendieron- , es malo eso de que le entierren a uno en el extranjero […], no es sano ignorar las tumbas de los abuelos,  de los padres, de los hijos, de los nietos y de los criados, las familias deben convertirse en tierra de la propia tierra para que los robles y los castaños crezcan más recios y solemnes, para que el boj respire más duro y más hondo, no es digno que le entierren a uno en el extranjero y rodeado de muertos a los que no se entiende […], puedes acabar enterrado en la fosa común de un cementerio en el que no entiendas ni el habla ni las intenciones de los otros confundidos difuntos  y  eso  produce  muy  zalamera tristeza […], lo  difícil es evitar que las familias se dispersen y los hombres se vayan muriendo lejos de donde vinieron al  mundo. El  alma gallega de Cela se evidencia a cada paso, como cuando a propósito de los versos de Poe que James E. Allen, ‘su primo’, gustaba recitar, comenta: sin duda alguna los versos de Poe quedan mejor en gallego. El autor, aquí según dijimos a un tiempo protagonista, testigo y narrador, siente con la tierra, su tierra, y con la gente, su gente, y nos hace partícipes de ese sentimiento colectivo. Esa proximidad a la tierra lleva al autor a mantener  permanente contacto con la naturaleza y a descubrirnos, aquí y allá, elementos que la conforman. Así, nos  habla de los distintos vientos que corren por aquellos lares, de la riqueza de fauna y flora que poseen: cormorán, mascato, albatros, alcatraz…, donosiña, jabalí, porcoteixo, hurón, águila culebrera, halcón curuxa, moucho…, tojos, silveiras, amoreirales, allo da can...; del alga que da el preciado agar-agar, o de las piedras que hablan una lengua que no siempre se entiende. Y especial mención para las ballenas –a Dick le encantaba cazarlas-, los rorcuales, las yubartas o ballenas jorobadas, y para el tabaquito, tabaquito, así, dos veces, las lascas que se sacan rascando el torso de las ballenas muertas o moribundas.

Respeto a la naturaleza que se manifiesta en consideraciones claramente ecologistas. Yo bebo la sangre del animal –se dice en una de las muchas expresiones sin sujeto definido de la novela- porque lo respeto, yo  no  mato  por  matar  sino  para  vivir.  Afirmación  que se repite más adelante, aunque  en  esta  ocasión  añadiendo una  curiosa coletilla: la mezclo con ron para darle más fuerza y quitarle el veneno. Se denuncia la caza indiscriminada de la ballena y se advierte sobre las graves  consecuencias: No  sabemos  más  que cazar ballenas, pero las ballenas se acabarán algún día y entonces la familia pasará hambre, la naturaleza está muy bien ordenada […], los hombres no se ponen de acuerdo en lo de la caza de la ballena y terminarán acabando con la especie, con todas las especies […], cuando acabemos con la última pasaremos hambre. Se lamenta la agresión de que son objeto ríos y playas: los hombres empezaron a canalizar el río… daba gusto ver el agua cortando el aire, después lo entubaron, eso fue lo mismo que tentar a Dios, que querer enmendarle la plana a Dios […], en la playa de Talón no me acompañó la suerte porque me la encontré llena de condones […], lo que no se puede tirar es hule ni plástico ni papel de plata porque matan la vida o la dejan moribunda, que es peor. Y en varias ocasiones, al referir determinados naufragios, se pone la atención en el vertido de crudo, lamentable situación que llega a considerarse acción propia del diablo: el petrolero noruego Polycomander vertió al mar más de cincuenta mil toneladas de crudo, la marea negra mató los pájaros y los peces y el marisco y las algas del contorno y sembró la  soledad y la muerte […], se fueron al agua las cien mil toneladas de crudo del petrolero Urquida, la marea negra tuvo amarrada tres meses a la flota pesquera […], el diablo con malas artes destiló el chapapote pegañento que criaba en la tripallada.

El mar sigue presente cuando se detallan artes de pesca: pesca de altura y de bajura, artes de red, de anzuelo, fijas y en volantas, con palangre, pesca de pincho, trasmallo, raeira, rasco, pesca al xeito o al cerco… y  la  oportunidad  de una  o de otra,  según  zonas y especies de captura. También  cuando  se  describen maniobras o  formas de navegación, o se refieren, en ocasiones con detalle, tormentas o naufragios. Don Saturnino Losada, que dibujó  y comentó  en sus cuadernos  las piedras  donde  se hundieron  muchos barcos, parece haber resultado buena fuente de información. La lista de naufragios no se acaba nunca, esto es el cuento de nunca acabar, es como las fases de la luna y el flujo y reflujo de las mareas. Así, Se detalla el naufragio del Serpent, buque escuela inglés, del pesquero santanderino Inogedo, del mercante griego Ana, del mercante portugués Montelavar, cuando el temporal zurraba sin clemencia, nadie pudo salvar la vida, y el mar devolvió los cadáveres con muy cicatera parsimonia, con muy avariciosa y lenta solemnidad… Se mencionan lugares especialmente propicios al naufragio, como el situado entre el  Roncudo y punta Insua, o se describe el ritual que acompaña a la entrega de un cadáver al mar y se comenta la existencia de los romances sobre bergantines,  piratas y criminales muertos en garrote, que los ciegos cantan por las romerías, con la voz justa para cantar con mucho sentimiento.

Sexo y muerte, eros y tánatos, dos temáticas siempre presentes en la novelística celiana, no podían estar ausentes. Pero hemos de reconocer que en esta ocasión la presencia de la segunda es mucho más patente que la del primero. Al margen de las muertes que se refieren, en su mayor parte víctimas de naufragios –o en algún caso de accidentes aéreos, como el del piloto alemán en el alto de Cachelmo, el del traficante Manueliño Durán, en la ría de Arosa, o el del avión norteamericano abatido en 1943 sobre la peninsulilla de Fisterra, se recogen interesantes manifestaciones sobre el sentido de la muerte. Estas son algunas: la vida es una aventura que no puede terminar sino en el previsto fracaso de la muerte […],  la gente muere cuando le llega la hora y no precisa de armas blancas ni de las de fuego, ni siquiera de los  microbios […], hay   tantas  clases   de  muertes  como  muertos […], a  los muertos  les pasa como a las olas del mar, que son todas diferentes y todas respetables […], lo malo es ver venir la muerte miembro a miembro, molécula a molécula, porque de repente se da uno cuenta de que ya no puede  cargar con el peso de su propio cadáver […],  a todos nos gustaría saber el misterio de la muerte, lo que pasa es que Dios es muy callado y no suele decir las cosas a los hombres […], más de la mitad de los hombres no saben que se mueren ni cuando están en el lecho de muerte y en trance de muerte, un hombre a flote se agarra a la vida aunque el agua se le escurra entre las manos […], a veces la muerte corre a cien por hora y sin dar tiempo a nadie de escapar […], Dios hace que el hombre pueda confundir la vida con la muerte y al revés […], a la vida no se la ama con mayor vehemencia que a la muerte […], a todos nos gustaría descifrar el misterio de la muerte pero cuando empiezan a zumbar los oídos se arrumban los buenos propósitos y se tiran  por la borda no sólo los deseos más confusos sino incluso las ilusiones […], a mí me gustaría saber morir con dignidad y no espantado ni huyendo despavorido como un lagarto […], al final es preferible la muerte obcecada al humillante arrepentimiento, que suele ser falso y al monótono buen camino.

Algunas consideraciones se hacen también sobre la relación entre vivos y muertos. Respetuosa, pero guardando las distancias: los vivos no deben guerrear con los muertos, basta con enterrarlos y decirles unas misas […], honremos a los muertos, sí, pero con prudente aplomo, con mucha serenidad, los muertos no deben estorbar la vida de los vivos ni  meterles miedo […], los ingleses mandaban un barco de guerra todos los años para que al pasar frente al cementerio de los ingleses disparara las salvas de ordenanza y tirara a la mar una corona de flores, hoy han perdido esa hermosa costumbre.

         En ocasiones se hace presente un cadáver, se asiste a un velatorio  o  se  da  sepultura  al  difunto.  Comentarios  que,  a veces, tienen  un  ligero  tono   macabro:  en el coído  apareció una mañana un cadáver  con  el  reloj  todavía en  marcha, se conoce  que  el muerto llevaba  poco tiempo  muerto, estaba  tieso pero  no  había empezado a pudrirse […], el café y las copas de los velatorios se sirven pasada la media noche, en los velatorios de angelito se saca anís dulce y carne de membrillo para acordarse mejor de las virtudes que adornan el alma  de los muertos  que no llegaron  al uso  de razón  porque Dios mandó llamarlos antes […], en el camposanto de San Xurxo flotan los fuegos fatuos con mucha naturalidad y reposo, verlos tan confiados da mucho sosiego al espíritu.

Muertos son también los ahogados, no siempre consecuencia de naufragio. José Velay, enganchado a un aparejo, a la altura de las Lobeiras; el obispo fray Ceferino Tanantí, llevado en volandas por el viento en la punta de Bardullas; un seminarista que resbaló, se golpeó la cabeza contra una piedra, se fue al agua y se ahogó, cuando le apretó el rijo de repente y se apartó del grupo de excursionistas para meneársela; la sabia Margarida y el carabinero Bastián, ahogados mientras se bañaban en la ría de Corcubión; Miña Maruxa, barrida por el mar en el Turdeiro; Nocencio Estevez, marmitón atrapado en la cocina en el naufragio del Saint-Malo; y lo más curioso: un veraneante leonés, siempre el mismo, que se ahoga cada año en la Punta de Limo.

         Y forman parte también de la nómina de difuntos quienes deciden atentar contra la vida propia. Si la vida está abocada al fracaso –leemos, en una aparente justificación del suicidio- y a la última renunciación, la de la voluntad, ¿por qué no aceleramos trámites y nos pegamos un tiro en la sien? Y más adelante, hacia el final de la obra: el agua del vaso de la muerte sabe a cebolla y el suicida que va a tirarse por el balcón está reconfortado y amargamente sonriente. Ocasión, razones y procedimientos, para todos los gustos: Fideliño o Porcallán, aburrido de  no  salir  de  pobre, se pega  un tiro  en la boca; Rosa Bugairido se arroja al mar desde un acantilado; el capitán del  Iris  se  corta   las  venas  del  cuello;  el   contramaestre del  Loss  of  Trinacria  se  ahorca  con  el   cinturón;  el marido de Marta la de los Xurelos se pega un tiro en la boca, lo que a Marta le extraña es por qué se fue tan lejos para hacerlo; la señorita Trinidad Besada se toma un tubo entero de pastillas; el capitán del San Bento, se pega un tiro en la boca, tras poner a salvo a la tripulación… Suicidios referidos con mayor detalle, que aquí nos limitamos a enumerar.

La soledad tiene también algo que ver con la muerte. Me gusta ir aprendiendo a morir quedándome solo –comenta el narrador- pero también me da miedo la soledad. No es saludable para el alma –dice en otra ocasión- perseguir la soledad, lo malo de buscarla afanosamente es acabar encontrándola vacía. La inteligencia acarrea soledad, la independencia también, casi todo acarrea soledad, la suerte y la desgracia, la enfermedad y la salud. Puede que el escritor esté de alguna forma condenado a la soledad. Quizá por eso don Victorino, el contable, que hacía versos románticos y discurría por cuenta propia tiene que pagarlo, y el precio puede ser la  soledad.

Próximos a la muerte, los muertos vivientes y las almas en pena. Don Xerardiño, el cura milagrero, es una especie de zombie. Lleva ya varios años muerto, se le nota el fedor a bromuro, no suda nunca por los sobacos ni por la frente, la nariz le brilla sin descaro ninguno y la tos se le interrumpe de golpe cuando menos se espera. Curioso muerto viviente, que hace milagros con una sola mano, fuma demasiado –de ahí su permanente ronquera- , y que casi nadie nota que está muerto, pues sigue caminando sobre dos pies y cocinando pescada a la gallega.



De las ánimas se comenta bastante, como no podía ser menos en un contexto de meigas y misterio. De ellas se dice que aparecen cuando pueden, siempre dada la media noche y que vienen a pedir sufragios o a avisar de la muerte; que juegan  a las cartas con baraja española, porque la francesa les va menos; que no hay que barrer la casa  por la noche  para no espantarlas cuando bajan a calentarse en la lareira; que el sacristán Celso Tembura sabe las cuatro oraciones para pedir a Dios por las ánimas buenas y que de nada sirve incinerar los cuerpos porque las almas no arden, a menos que se las barnice con engrudo de fósforo y azufre respirado por la nariz del demonio. 

         De algunas almas  se hace especial mención,  como  la  del  teniente  de  navío Jack Essex, que canta baladas sentimentales para enamorar viudas jóvenes o soltera viejas, o la del torrero Simeón Siguelos, que murió a causa de una borrachera de anís y a quien se ve algunas noches pescando en la banda del Covadoiro.

Son frecuentes las alusiones a la Santa Compaña, las ánimas que desfilan con su blandón encendido y su olor a cera y a bosta, y que no pueden abandonar la comitiva porque nadie reza por ellas. Hasta una docena de ocasiones hemos contabilizado en que se habla de esta comitiva que rezándole un padre nuestro, sirve de despertador y en la que puede verse cómo los marineros muertos en la mar llevan muy mala cara, van tosiendo, tienen los ojos abiertos y no pestañean.

Abundan también las referencias a fantasmas y apariciones. Sepulcros que se abren solos, calaveras que aparecen sin avisar, barcos tripulados por marinería difunta, fantasmas que sobrevuelan el mar, se mean en los nidos de los albatros, siembran posos de remordimiento en las viudas, asustan y hacen burlas a los vivos, o que se alumbran con faroles de aceite y se reúnen a jugar a las cartas y hablar de sus cosas cada último lunes de mes.

Casos de reencarnación, algunos. Estanis Candíns, jugador de baloncesto, reencarnado en maestro de escuela, Dios le permitió seguir vivo pero con los sentimientos modificados; o el caso del anarquista Lucheni, convertido en caracol de cementerio.

Como decíamos, en “Madera de boj” caben todas las fantasías y están presentes todos los misterios: animales fabulosos, leyendas, supersticiones, conjuros, meigas, demonios… Animales extraños, de condición o proporciones sorprendentes, como el cachalote cornudo que varó en la playa de Traba, el jak –cruce de cabra, caballo y toro- que camina sin resbalar por los senderos de montaña, el dragón con casaca de galones dorados y corona de espinas que surgió del mar frente a la  punta  Uña  de  Ferro, el  basilisco  que  mata  con  la mirada, el pulpo gigantesco que saluda a los marineros alzando los brazos, la serpiente Leopoldiña, de color verde esmeralda y once o doce varas de largo, que se deja  ver en la playa de Brens,  el extraño petaiño, que quizá no sea animal de carne y hueso sino una figuración, el camello de ocho patas que silba fuerte y agudo y se baña en la laguna de Louro, los potros de pelo pío que tienen un abuelo rodaballo y el otro ánima del purgatorio y que se ven por el coído de Caldelaxes, el recio carnero de Marco Polo que puede volar más alto que cualquier orgulloso pájaro de altanería, o el pájaro Besta Cantigueira, con el tamaño de un ultraligero y con las alas armadas con nervios de madera de boj.

Las sirenas tienen también su protagonismo entre los seres de ficción. Una sirena salvó al parvo Fofiño Manteiga, cuando su madre lo abandonó en la playa, una sirena que miraba dulcísimamente, parecía una garduña del monte. Sirenas fueron las primeras palilleiras de encajes de Camariñas, que copiaron los dibujos de las algas y de las estrellas del mar y de las transparencias del agua. Sirenas pasionales y vengativas nadan al sur de la península de Fisterra. Sirenas que se bañan entre las dos últimas laxes del norte se dejan mirar por los chepas con naturalidad, se ve que les inspiran confianza. Pepiño Tasaraño, que sabe mucho de sirenas, cuando está contento interpreta para ellas con la armónica la ‘Marcha Real’. Las sirenas aman a los marineros fuertes y vigorosos, también valerosos, pero son tan decentes que no se dejan mirar más que por los débiles. En la playa de Cala Figuera apareció una vez el cuerpo incorrupto de Mafalda, una sirena jovencita y bellísima que tenía los labios pintados y sonreía con un encanto especial.

Tradiciones y leyendas se evocan también, como una letanía más. Se habla de la cama de San Guillén, donde yogan los esposos buscando fertilidad; de los campesinos que atraen a los barcos con bueyes con los cuernos ardiendo; de las sirenas que en la Sisagra grande enloquecen con sus encantos  a  los  marineros;  del  vuelo  del pájaro  Besta Cantigueira, que hace abortar a las mujeres con el chirrido de sus alas; de los bandoleros que robaban al rico pero no repartían con los pobres el botín; de Pepa la Loba, que a sus doce años fue capaz de abatir un lobo con sacho; de la virgen Locaia a Balagota, maltratada por los infieles y a quien el apóstol Santiago vengó diezmándolos con la viruela; del martirio de Santa Cecilia, a quien el verdugo asestó tres golpes de espada sin conseguir acertar; de la rana  que se bebió  toda el agua  de la tierra y sólo la devolvió al paso de una anguila que la hizo reír; del tesoro de Castro Mogadán, que sólo podrá encontrarse tras desencantar a una mora tuerta y coja que vive allí desde hace quinientos años; de la campana de bronce que a la media noche despierta a una gallina blanca como la nieve con doce polluelos de oro; de los tesoros sumergidos y difíciles de conseguir; del peligro de la doniña brava; de la mágica llave que las meigas indias fabricaron para Cíbola, la ciudad de oro y miel; del cuento de Maruxiña y el raposo, hermosa fábula que recuerda la historia del príncipe encantado. Particular mención merece la supuesta existencia de los lobishome, fruto, según la leyenda, de los amores de un lobo marino de las islas Lobeiras con una sirena que se puso a tomar el sol. El último de los lobishome, el lucumón, se vuelve lobo en algunas precisas circunstancias,  pero libra si lo saca de pila su hermano mayor. No se suele acertar ni herir al lobishome, aunque a veces pasa; y en todo caso, mejor que lo hiera un desconocido.

Meigas  en Galicia, haberlas, haylas.  Sobre  su origen, condición y    facultades   se  hacen   también  apreciaciones.   La  última  de  siete hermanas es meiga y puede hacer mucho bien con su oficio, llevar salud al enfermo y consuelo al triste. Las hay que no se equivocan nunca y sanan con solo mirar. Ahora ya no es como antes, y las meigas hacen incluso pronósticos deportivos. Aunque a veces no son bien vistas y son perseguidas,  como en el caso de Polipia, a quien la guardia civil consiguió salvar de la hoguera.

Las hay especialmente sabias y milagreras. La sabia de Baíñas, por ejemplo, capaz de sanar la tisis y aun el cáncer, si se coge a tiempo; Pepa de Juana, en Fisterra, se da mucha maña para combatir el bocio; Ermitas de Portonovo, hace fértiles a las hembras de cualquier especie; Aurora de Caldas de Reis cura el lumbago y el reuma; Marujita la de Pontevedra despega las espullas y seca las fístulas por malignas que sean. En fin, que las meigas pueden dar mucha guerra a los santos si se alían con el demonio.

Habiendo meigas, no podían faltar los conjuros, ensalmos, hechizos, sortilegios, sahumerios y maldiciones. Conjuros, para enamorar a un hombre o a una mujer, contra las hembras con modorra, para espantar los espíritus que causan o aire do morto, para espantar los demonios, para curar el calleiro caído, para invocar las fuerzas del bien o para llamar a las potestades infernales y malignas, para librarse del varón… Ensalmos para solicitar un deseo la noche de San Juan, para desencantar tesoros o para atar al hombre con los lazos del amor… Juramentos como este: -¡Así pierda el credo, si digo mentira! ¡Así me quede sin el credo y se me olvide la obligación, amén, Jesús! O sahumerios, como el de la pastequeira de Castriz para purgar a los endemoniados o el utilizado para dar fuerza al amor.

También las supersticiones forman parte de esa tradición oscurantista. El sacristán Celso Tembura evita pisar las rayas en las losas del muelle, para no despreciar la santa cruz. Cuando un cadáver se revuelve en el ataúd, rezar un credo con los ojos cerrados y sin respirar. Hay muchos males de aire y males de ollo, y a todos se combate con agua clara y corriente, con cataplasmas de vino tinto de Ribeiro o con caldo de carnero sin sal, entre otras maneras. Hay colores buenos, como el blanco de la inocencia, el azul del cielo y el verde de la mar  y  de  la  esperanza,  y  colores malos, que castigan el alma: el negro do demo carneiro, el encarnado de la sangre fuera de las venas y el amarillo de la envidia y sus malos consejos. Los días con erre no es bueno comerciar. Los jueves no se ha de ordeñar con la mano izquierda. El viernes no se debe comer carne ni yacer con hembra que no sea la propia o vecina de mucha confianza. Los sábados, al menos alternos, lavarse los pies… Los números non tienen  mejores augurios que los pares. La señal de la cruz sobre la ceniza de la lareira espanta los trasgos y ahuyenta la desgracia… 

Muchas creencias religiosas, también de tradición popular, no están muy distantes de la superstición. Si el carballo o el buxo se enseñan abrazados por el muérdago, hay que matar dos toros blancos, pues es señal de que un dios lar bienintencionado no está demasiado lejos ni indiferente. Rezando a San Bartomeu de Maceda se amansan los toliños y pidiéndoselo a San Bieito da Cova do Lobo a veces mejoran de salud los que sufren del ruin tangaraño. Se pone una vela a Santa Tramunda para que la morriña no nos derrote. Hay quien pone sus musas de carne y hueso de rodillas y mirando al mar, mientras invocan a Santa Casilda. En la cama de San Guillerme quiebran las yermas esterilidades. La virgen Locaia a Balagota ya no cuida a los navegantes, se conoce que se hartó de su indiferencia. Al Cristo de Fisterra lo dejó el mar en la playa con mucha mansedumbre, y a él se encomiendan los marineros en su lucha contra las olas.

Aunque las consideraciones de carácter religioso no se limitan a ese tipo de manifestaciones, sino que expresan en ocasiones verdadero fervor. 657 dogmas, preceptos o ritos. Así, las jaculatorias dirigidas a la Inmaculada o a la Santísima Trinidad, los latines con que se acompaña la descripción de actos litúrgicos, la manifiesta veneración hacia la Santa Cruz o hacia determinadas advocaciones marianas, la exposición del dogma de la doble naturaleza y    una sola persona en Jesucristo, el dogma de la Trinidad, el  reconocimiento  de la omnipotencia divina, la referencia a los catorce artículos de la fe, o la magnitud de los prodigios de que sólo es capaz la divinidad.

También en el ámbito de las creencias y del misterio, las referencias al demonio, a sus poderes malignos, a los endemoniados y a la posibilidad del exorcismo. Son más de una treintena las referencias encontradas. Damos una muestra, de manera sucinta: Cirís de Fadibón pedicó al diablo montándolo a canchapernas y se quedó  enguilado  hasta que  murió  de hambre  y  de sed. Al demonio le espantan las bebidas espirituosas y  le gusta la leche de mujer. La choca es el cencerro que lleva el centulo, o sea el demonio, en la procesión del corpus. Los ephiderios son demonios de largos y enroscados colmillos que chupan la sangre a los durmientes. Al malvado diablo Cacheiro sólo le espanta la señal de la cruz. Al demonio que tentó a San Antonio Abad lo convirtió Nuestro Señor en cochino. Con el demonio sólo se puede luchar con la oración y la penitencia y en la alianza con él siempre se pierde. Si el demonio escupe en la harina o en la ropa de cama, hay que primero airear y después bendecir la casa. En el Reo de Goa se apareció el demonio en forma de tortuga aureolada con el fuego de San Telmo. Todo lo que toca el diablo se tiñe de cautelosa reserva y de mucho miedo, y ese temor sólo se puede quitar mascando dientes de allo de can sin descanso. Belcebú y la diablesa Botiflor se bañan en el petón de Ferretes. El demonio roba la leche de las vacas y los huevos de las codornices. El demonio es astuto y  difícil  de  engañar,  y   no   se   le  debe  proponer  jamás  que  le  cambie  a uno lo que tiene por lo que quisiera tener. Para el demonio no hay distancias. Una nube color lila tapó el sol, debió de ser el demonio disfrazado de tiburón. No es sano redondear las relaciones carnales con el demonio tomando café.

Chocante esta imagen pintoresca: el demonio que se había ido en el Castromil de Santiago no era difícil de reconocer: vestía delantal de viajante de comercio y llevaba gorra de visera y corbata de lacito. Y sorprendente esta afirmación: Dios inventó el pecado y el perdón del pecado,  el  demonio  no  es más que un siervo de Dios que puede quedar paralítico de repente.

Se refieren también casos y formas de exorcismo. A los endemoniados –se dice- hay que ayudarles para que vomiten el demonio fuera del cuerpo. La bruja Esreliña da Rouca hacía que los posesos vomitasen al demonio matando a pinchazos un gato negro (y se describe todo el ceremonial). Lourenciño Reira no dejará de cacarear  y  de  poner  huevos  hasta  que  le  saquen  el  demonio  del cuerpo. El cura don Xerardiño probó a ahuyentar al demonio pero sólo lo consiguió a medias, invocando a Santa Eufemia de Arteixo. E incluso se describen rituales de exorcización.

En ese mismo contexto mistérico y oscurantista, aparecen abundantes referencias al purgatorio o al infierno y a las penas que padecen los condenados: quienes desbarataron el equilibrio acabaron condenando su ánima, unos a arder para siempre en el infierno, los cabecillas, y otros, la clase de tropa, a churruscarse algún tiempo en el purgatorio. Las almas que llegan al infierno van sin brújula o llevan la brújula loca. Hay quienes responden de sus pecados en el purgatorio, en el fuego de las desidias y los desamores. El infierno tiene una caldera especial para secar a los náufragos el agua de los pulmones del alma. El purgatorio no está para escarmentar a nadie sino para  enderezar  la  historia  de  los  muertos.   Los muertos  católicos se encuentran y se reúnen en el purgatorio, se saludan con reverencia y sumo afecto. Algunos, que no escarmentaban y seguían cagándose en la predicaciónsalen de vez en cuando del purgatorio y enseñan a las mariposas a pintar insignias revolucionarias en el cielo, después se vuelven como si tal cosa a seguir ardiendo.

         Historia y leyenda, realidad y ficción. Hemos venido reconociendo elementos que pertenecen al ámbito de la fantasía o de la trascendencia, saldremos ahora al encuentro de lo más próximo y tangible. Llama la atención el conocimiento que el autor demuestra tener del contexto en que se desarrolla la novela. La Costa da Morte se recorre palmo a palmo, punta por punta donde se recuerda tuvo lugar algún naufragio. Parece ser que la pauta la marca don Saturnino Losada, capitán de cargo retirado, que, a decir del narrador, se sabía esta costa como nadie, la conocía de memoria y la tenía dibujada con detalle en unos cuadernos, desde Malpica hasta la punta Carreiro, donde dobla la ría de Muros. Hay quien la amplía y hay quien la reduce –se señala más adelante-, quien la agranda y quien la merma, eso va en gustos o en necesidades. Y se añade que el tal don Saturnino anotaba también en sus cuadernos sabidurías y rarezas, nombres   de  yerbas  mágicas  y  apodos   En  distintas  ocasiones  se describen al  detalle  lugares:  la  costa,  la  ría  de  Muros,  la  Sierra  de Barbanza, el curso del río Xallas…, difíciles maniobras, como la efectuada por El Compostelano  para evitar el naufragio, o singladuras varias, entre las que se cuenta incluso la que llevó a cabo la embarcación Bell Ginette, tripulada por marineros muertos. 

No faltan en el relato elementos mitológicos, como la evocación de Neith y Bandin, los dioses de la guerra, los cisnes de la guerra que bajan del cielo para decir qué soldados deben morir en la batalla y cuáles deben librar, o datos sobre sucesos históricos más o menos próximos: la coronación de los reyes suevos, rodeados de caballos, laureles y tojos de oro; el caballero Grissapaham, que tras la guerra de Nápoles se retiró a una ermita en el promontorio fisterrán para  rogar  perdón  a  Dios  por  las  tropelías  cometidas; la invasión fenicia, evocada por Pedra dos Serpes, imagen del dragón Baal, y por las víctimas que se sacrificaban degolladas con un hacha de madera de boj;  el asentamiento celta  entre el Tambre  y el Támara, cerca de Noia, y de los nerios al norte de Xallas; la alianza de Carlomagno con el Apóstol Santiago para conseguir la rendición de Valverde; o la curiosa historia de Petronilo, el favorito de Paxaro Bori, rey de los xusteos, quien le permitió ver a la reina Benigna Coek en paños menores para que pudiera admirar sus perfecciones físicas. Se hace mención también de la  ciudad de Dugium Duio, la que fuera capital de los nerios y que, barrida por el viento, fue sepultada en el mar, entre el petón de Mañoto y el Centulo. Y se recuerda la existencia por aquellas tierras de legendarios piratas, como el famoso Capitán Tiengo, aventurero tinerfeño que se enfrentó al pirata Drake; Andresiño Bocanegra, con seis dedos en cada mano y orejas como alcachofas, que habitó un misterioso y ahora ruinoso castillo situado en la Punta del Cardenal, y los  piratas sarracenos que allá por el  siglo XVII pasaron a cuchillo a los habitantes de Muxía. 

No podía Cela pasar de largo sin hacer alguna referencia a la guerra civil española, en la que tan directamente se vio implicado y  a la que había dedicado una de sus más importantes producciones, ‘San Camilo 1936’. Son varias las ocasiones en las que, desde la imagen del fratricidio cainita, evoca con tristeza el doloroso enfrentamiento. Caín mató a su hermano Abel –comenta- porque no leyó el ‘Libro de los Proverbios’ ni supo  medir  el alcance de los pactos […], en el Libro de los Proverbios’ se dice que un hermano ayudado por su hermano es una  plaza fuerte, cuando esto se olvida resucita Caín, desentierra la quijada de burro y mirándose en su mal espejo un hermano se vuelve el peor enemigo del otro hermano […], es muy difícil soportar el  desdoblamiento, la paradoja de Caín y Abel no fue entendida casi por nadie. Lamenta don Camilo que las heridas aún no se hayan cerrado del todo. No hay nada más triste            –dice- que un jabalí herido o un lobo viejo, en algunas casas se guardan aún los fusiles de la guerra… al acabar la guerra hubo que devolverlas en los cuartelillos de la guardia civil. En otros momentos las alusiones son más directas, sobre personajes o situaciones vividos durante el conflicto. -¿Y tú perdiste el ojo en una romería?, alguien pregunta. Y su interlocutor responde: -No, yo lo perdí en la guerra, me lo robaron en la batalla del Ebro. Se recuerda la intervención de los ‘Flechas Negras’, división italiana que no tenía demasiado prestigio; la predicción de Filomena de que la guerra habían de ganarla los rojos, y la decisión de los militares de no fusilarla, por no evocar a los espíritus de los moros guardianes que le prohibieron el ejercicio de su industria; la ejecución del ciclista Guzmán Reboiras alias Gumesinde, que en su día ganó una etapa de la vuelta ciclista a Galicia y que en la guerra civil iba con la Legión Gallega del comandante Barja de Quiroga. Lo mataron en el frente de Huesca de un tiro en la garganta, descanse en paz; o la desenfadada actitud, descrita con toda intención, del abuelo y del tío Amaro,  que  durante  la  batalla  de  Chaves,  frente  a Verín,  encargaron unas empanadas de raxo y se fueron con unos amigos y unas cómicas a ver la batalla y pasar un día de campo. Desenfado que contrasta con esta dramática reflexión: a los muertos en las guerras les quedaba aún mucha vida, las fuentes de la salud no estaban envenenadas ni secas y el alma les sonreía en el cuerpo como una becerra en la pradera. Descendiendo al terreno de lo cotidiano, son muchos y muy variados los datos y los comentarios: remedios, dichos y retahílas, recetas y observaciones gastronómicas, apodos, juegos y deportes… Remedios, muchos: contra el  garrotillo, el carbunco, las migrañas, el hedor  a  mocos podres… Se  elogian  las  propiedades  del  pulpo crudo, capaz de curar casi todas las enfermedades menos las del sentimiento; las siete flores mágicas que el dublinés Juanito Jorik coleccionaba y que valen para sanar a los enfermos del mal de amores; se dan remedios para el retraso en la menstruación, para la comezón del miembro viril, contra los maniáticos, contra las picaduras de avispas escorpiones y alacranes, para bajar la tensión y devolver el equilibrio al organismo, para curar el flujo de sangre, para cortar la correncia de quien se zurrasca por la pierna abajo, para curar las verrugas sin mayor molestia, para sanar el baile de San Vito de las viudas, contra el reuma, el lumbago, los calambres, la mala digestión, la micción, los nervios…, para hacer brotar el pelo a los calvos, para quitar el dolor de barriga siempre que no se trate de cólico miserere ni de tupición, para alivio de quienes mean rubio, para matar la solitaria, contra la tos ferina…y para aliviar otras muchas dolencias. 

En esta línea  se encuentra  la inserción  de dichos  populares,  incluida alguna retahíla, que tienen verdadera gracia: las piedras velan con las mareas, la más peligrosa es la Xoana, o Xan e maila Xoana foron ós garabulliños, a Xoana caeu de cu e o Xanciño de fociños […],  Maruxiña, dame un bico que he ei de dar un pataco, non quero bicos dos homes que me cheiran a tabaco […], con preito perdido ou gañado ten ó escribán do teu lado […], meu porquiño, meu pasar, tres festiñas has de dar, a matanza, a desfeita o entroidiño para entroidar […], na casa de Xan Pelexón todos riñen e todos teñen razón […], en la marisma de Xan Meixodeiro todos móllanse o cu e el o primeiro […], Santiago manda o pan, San Bieito manda o viño, San Eneón manda a landra e San Bieito o touciño […], neniñas de Santo Ourente ven vos podedes alabar, aí vén o santo San Campio vestido de militar […], gaviotas a terra, peixeiros a merda […], quen fai mal a unha andoriña cúspelle na cara á Virxe María […], a San Andrés de Teixido, onde o que non vai de morto vai de vivo […], fun ó Santo San Andrés aló no cabo do mundo, ¡só por te ver meu santo, tres días hay que non durmo! […], tíñase un burro mi tío Crispín que cada día saíu máis ruín […], santo do pé da porta non  fai milagros […], San Xoán e a Madalena foron ós limóns, debaixo do limoeiro perderon os calzóns […], rita carrapita, carapau, sardiña frita […], señor San Cosme do Monte feito de pau de amieiro, irmán das miñas tamancas, tírame deste aloqueiro […], dende Lobeira a Monte Cabalos hay unha mina de sete reinados, sete de ouro, sete de prata, sete de veleno que mata […], nosa Señora de Grela ten un vestido de seda quen llo deu quen llo daría San Xurxo de Codeseda […], San Martiño de Salcedo ten un anel na man, que llo mandou de regalo San Andrés de Lourizán […], señor San Bieito meu fillo che traio, doente cho deixo, devólvemo san […], (a las mariquitas del campo) pitasol, pital, ensíname os panos e vaite ó sol […], o que vai a Santa Comba e non vai a San Cibrán fai o viaxe en van […], Morondún, que mexa aceite e fai atún […], Lilaina, Santa Lilaina pariu por un dedo, certo será pero eu non cho creo.

Desciende también el autor a asuntos tan triviales como  recetas culinarias o consejos gastronómicos. Aunque conociendo el buen comer de don Camilo, él no les restaría importancia. Se habla de la pescada a la gallega, de las comidas preferidas por Annelie (fruta y leite callado, pexegos, claudias, moras, morodos, peladillos, ciruelas de yema…) y por Vicent (habichuelas con tocino, chorizo frito con castañas cocidas…), de los emparedados de queso y membrillo, de productos de la tierra: saludables y buenos chorizos, queso       de cabra…, de  las excelencias  de  un buen cocido, o  del botelo,  embutido de pobres solitarios. Se elogia la empanada de xoubas y se describen una gran comilona y la sardiñada de confraternidad celebrada cada año en la playa de Quenxe.

Doméstica también, la exposición de juegos y deportes: rugby, caza, buzkashi (especie de rugby a caballo), petanca, bolos, ajedrez, cricket, croquet, parchís, dominó… Precisamente la evolución de James E. Allen con el paso de los años le obligó a cambiar sus aficiones deportivas. Ya no juega al rugby porque es viejo, ahora juega al tenis y así puede estar hasta los cuarenta o cuarenta y cinco años […], cuando dejemos de jugar al tenis será señal de que vamos ya para viejos, un poco más viejos. Es esta una de las pocas cuestiones que a lo largo de la novela nos permite seguir el proceso lineal de evolución en los personajes. Y más coloquial si cabe, la relación de apodos, que también don Saturnino Losada anotaba en sus cuadernos, y entre los cuales algunos resultaban casi humillantes: cascarilleiros, merduleiros, conacháns, cangrexoliños…

Un tipo de personaje que no suele faltar a la cita en la novelística celiana y al que don Camilo suele tratar con clara sensibilidad y especial  cariño dentro de la crudeza en el reconocimiento de sus deficiencias y  de la exclusión  social sobrevenida, es el parvo, el ‘tonto’ del pueblo. En ‘Madera de boj’ aparecen seis personajes que presentan un grado mayor o menor de deficiencia. Más acusada en Fofiño Manteiga, el tonto de Prouso Louro, en el parvo de Queiroso, en el tonto de Coyños y en Ofelita Garellas. ‘Medio parvo’ es Ricardiño, el hermano de Leonor, y con claras deficiencias sobrevenidas de su condición de sordomudo, Cosmede, el de la aldea de Cospindo. A Fofiño le acompañó la desgracia desde su nacimiento. Su madre lo abandonó en la playa de Seiside para que se lo comieran las ratas, las  toupas  y los cangrejos, pero lo salvó una sirena que suspiraba con mucha dulzura. Antes de cumplir los quince años empezó a aullar como un lobezno. Fue tirando, hasta que Dios se cansó de mantenerlo con vida y lo mandó llamar a su presencia. El parvo de Queiroso decía tener especial conocimiento sobre las sirenas, aseguraba que cantan fados y otras canciones de amor con voz muy melodiosa y suave y decía que las mejores son las que tienen cola de pescada. El tonto de Coyiños tonteó justo cuando las cochinadas de Cirís y Satanás. Ofelita Garellas vive de caridad y duerme en el gallinero de Mixaela Piñeiro para ahuyentar las alimañas. Es parva y se abre de piernas debajo de quien la tumba. Por ello está siempre pariendo, y deja los hijos en la inclusa -donde hay una letrero que dice ‘Abandonado por tus padres la caridad te recoge’- , porque no tiene  para darles de comer. Ricardiño, el hermano de  Leonor, vecinos ambos de don Braulio Isorna, es un poco retrasado de entendimiento, no es muy listo pero tampoco se puede decir que sea parvo del todo, no es más que medio parvo. Había  ido  a  la escuela   y acertaba  bastantes capitales de  Europa, sabía sumar, restar, multiplicar, no dividir, pero no se le alcanzó la regla de tres.

En cuanto a Cosmede, el sordomudo, se vino a la aldea de Cospindo cuando finaron sus padres,  anduvo  día y noche,  parecía que le habían dado cuerda, no paró en todo el camino, eso de estar acostumbrado a perder da mucha fuerza. Hace cometas que después regala a los niños de las aldeas, él sonríe y se deja socorrer con restos de comida o unos repollos… Se hizo amigo de un oso, al que amaestró, y de un lobo al que trataba con especial cariño; ambos animales, un día en que unos desalmados apalearon al parvo,   lo defendieron, le lamieron las heridas y se le acostaron encima para darle calor.

         Con los tontos ni a misa –se comenta, reconociendo su problema de integración social-  porque voltean para el coro y se ríen y se mean en el evangelio. Y en otro momento se aboga por su difícil integración: a los parvos solo puede librarlos del reuma la caridad.

Tampoco el sarcasmo y la humorada pueden faltar, conociendo al autor. Dejaremos constancia de algunas, que han llamado especialmente nuestra atención. Hilarante la imagen del diablo revolcándose por los tojos para restregar bien y a modo a Cirís de Fadibón, a quien llevaba pegado al culo como un zamezuga. O la de Liduvino tirándose un pedo mientras rezaba. Claro que Dios le castigó: lo dejó ciego para siempre y ahora va por las romerías cantando romances. El que la gente haya perdido la devoción a la virgen Locaia y ya no la rece, porque eso es lo que trae la radio dando todo el día noticias y anuncios de detergentes, tiene su aquel. Que por la tierra de Bergantiños se vean moinantes que roban el cepillo de las Ánimas y tiran a los hijos bajo los automóviles para cobrar el seguro, maldita la gracia que tiene. Más gracioso, aunque macabro, es observar a los difuntos incorporándose en el ataúd para saludar a los vivos, reírse y tirarse pedos, muchos pedos. Macabro también, ver a los marineros chinos ahogarse estrangulados por el salvavidas barato y no reglamentario, y alineados luego en la  lonja como si de atunes se tratase. Irreverente pero ciertamente gracioso, el que a los fieles se les despierte el rijo, primero manso y después calenturiento  y   caprichoso,   en  las  misas  de  difuntos. Tiene gracia también que alguien herede un par de dentaduras postizas y que lamente el que le vengan algo pequeñas. O el que se disculpe a quien tiene pies planos de la común obligación de honrar padre y madre y se le permita ser marica sin que nadie le pida cuentas. Sorprendente por lo anacrónica, la amistad del general Cabanellas, en el 36, con José Bonaparte y que se reúnan para tratar asuntos de estado. Que San Estevo sea un santo    tan putañeiro que lle foi facer un neno á Saleta de Aniveiro. Que el demonio se  preste a ayudar a los pescadores franceses para llevar un barril al ermitaño de San Guillén, y en un descuido y a traición empuje barril y ermitaño por la cuesta abajo. Que alguien sea tan puritano que acabe ahorcando a un gato un lunes por haber matado una rata en domingo. Chocante resulta también ver a las bolboretas dibujar en el cielo la hoz y el martillo, se conoce que eran comunistas; o a Castro Verruga, el mago de Agrafoxo,  rebozado en esmegma, tanto que parecía una cañita de crema podre.

Algún comentario, jocoso y escatológico a un tiempo, también se deja caer. Así, el caso de la virgen Locaia a Balagota, a quien los infieles hicieron comer sus propias miserias maceradas en meo de raposo, o el capricho sadomasoquista de Annelie, que una noche le metió cerezas por el culo a Vincent para que después se las cagase en la boca.

Comentábamos más arriba el protagonismo que sexo y muerte cobran generalmente en las novelas celianas. Y decíamos también que  en el caso  de “Madera de boj”  está más presente la muerte que el sexo. Pero aunque en menor  medida que en otras obras, también éste resulta elemento recurrente. Desde el inocente magreo, a la orgía o al bestialismo. Recogemos algunos momentos especialmente significativos. 

Magreo  –puede  que  no  tan  inocente-,  el  del  tío  Amaro  y   el  abuelo  bailando  ante  la  oficialidad  -se supone que con sus respectivas parejas- tras  comerse  la  empanada  y beberse  el vino  y el anís . ¡Qué  restriegue  tan  descarado,  Santa María de la Esclavitude –exclama alguien, escandalizado- , qué refregón, qué sobo!  Orgía, la celebrada por el carnaval y que se refiere con detalle.  De las prácticas de bestialismo se habla en repetidas ocasiones, con la gracia y el sarcasmo que caracterizan al autor. No es raro –leemos- que un hombre peque con una cabra o una mujer con un perro, pero sí lo es que un hombre o una mujer tengan trato carnal con un mero o una anguila porque son escurridizos, están muy fríos y mueren cuando se les saca del agua, los gatos  no se dejan  y los animales  salvajes  no cuentan. Se  comenta que María Flora, el ama de doña Socorro, hace las  cochinadas con el perro; aunque con cierta vergüenza,  pues antes apaga la luz. Los perros no valen para mucho  –se advierte- porque con los trabones molestan después de haber gozado. Se comenta en repetidas ocasiones la castración del dublinés Juanito Jorick, capado en una romería porque le pisó la sombra a Moncho Méndez, guardia municipal. Desde entonces, Juanito se dedica a coleccionar las siete flores silvestres del cantil, siete flores mágicas que valen para sanar a los enfermos del mal de amores. Y  -en esto sí reconocemos mucha menor presencia que en novelas anteriores- se hacen comentarios sobre la pederastia y sobre la práctica de la prostitución. El aventurero Crispinián Anobres, alias Cacharulo, natural de Lires,  ganó mucho dinero con la trata de blancas, tenía locales de alterne y una red de distribución bien organizada, sus mulatas eran altas y muy esbeltas y él se paseaba en un rolls-royce dorado.  De  las putas  del Pombal,  en Santiago, se dice que son muy sumisas y complacientes, sobre todo las orensanas y portuguesas, algunas hasta pegan los botones de la bragueta sueltos. Cuando solicitaban sus servicios –en el Pombal hay mucho muestrario- pedían portuguesas, para francesas no les llegaban los cuartos, pues son más caras y exigentes.

Sobre muchas otras cuestiones se recuperan máximas o se hacen reflexiones. Sobre determinadas actitudes humanas, como la envidia y la actitud cobarde del  envidioso: es muy doloroso ver que la gente sabe que estás por encima de ellas porque se te cierran en banda, se te parapetan y no te miran a la cara, eso es de traidores… la gente es cobarde y espantadiza; sobre la venganza, que crece con mucha modesta rutina en el alma del cándido, y requiere una maduración muy lenta; sobre la prepotencia y la crueldad del noble señor  que quiso ahogar  en oro a un vil desgraciado casado con una mujer bellísima, pero al ver que no tenía bastante le dio unas monedas de cobre a Niceto el  sicario para que lo atase desnudo al petón de Vela, en la Lobera Grande, y se lo fueron comiendo las gaviotas; o de Harry Pay, que ahorcaba un prisionero cada mañana a la hora del desayuno porque le gustaba verlo espernexar; sobre la intransigencia moral o religiosa, que irónicamente se justifica: los protestantes donde están bien es en el infierno y no hay que perder el tiempo con funerales que no han de aprovecharles, además no tienen derecho a ser enterrados en sagrado, son peores que los mahometanos. A los infieles, o sea a los herejes, no hay por qué tratarlos con consideración pase lo que pase… yo creo que habría que matarlos a todos. O sobre el machismo, que Belarmino Bugallo, marino retirado, considera perfectamente normal: ahora busca una moza talluda y bien dispuesta que quiera acompañarle, ya se sabe la obligación, amasar, cocer caldo, freír huevo, asar raxo, guisar pulpo, lavar la ropa y darte calor por las noches y sin avaricia, también ha de estar sana, ser valerosa y saber jugar al dominó y al  parchís.

Hay también, aquí y allá, aseveraciones y comentarios de tinte racista, como estas: los ahorcados que más cadenciosamente mueren son los negros, da gusto ver cómo convierten el miedo en armonía, después se ponen enseguida de color verde […], para adivinar el porvenir y curar enfermos hay que ser blanco […], no está bien visto que los negros adivinen el porvenir ni devuelvan  la  salud a los blancos, cada cual en su sitio […], hay cosas que conviene tener presentes y no olvidar jamás, los negros muertos que se han portado bien en esta vida llegan saltando de rama en rama o de ola en ola hasta los felices campos de caza… juegan al diábolo y al yoyó en su paraíso, también al hulahoop […], el alma en pena del teniente de navío Jack Essex canta muy bien baladas sentimentales y otras canciones para enamorar viudas jóvenes o solteras viejas, las mulatas ofrecen menos resistencia y disculpas […], los negros huelen espeso y dulce como el  mazapán y a las negras se les multiplica el aroma por el verano.

Las citas que siguen no tienen desperdicio. Cada una de ellas daría para un sermón o para un discurso: recuerda que un hacha cualquiera puede servir para decapitarte pero también para cortar la soga de la horca […], por aquí los ricos cazan ballenas, los pobres pescan merluzas y los más  pobres rascan  percebes […], de nada vale no dar de comer a quien es capaz de dejarse morir de hambre […], es más fácil  despreciar a un hijo que admirar a un  padre, no se puede uno reír en el entierro del padre pero sí debe uno llorar  aunque sea sin ganas en el entierro de un hijo desgraciado y muerto […], los modernos aparatos de navegación no tienen sentimientos y trastornan al hombre, que en su afán de idealizar la herramienta y confundir la técnica con el  espíritu, abdicó del dominio de la voluntad […], es más veloz la dicha que la  desgracia y los años que faltan por venir nos regalan tantos sacrificios como ventajas, ese es el consuelo del pobre […], la esperanza no debe confundirse con el deseo,  porque es  más  noble […],   cada  cual  debe  conformarse  con  lo  que  tiene, porque el tiempo pasa para todos y todavía no se inventó el barómetro que avise de las dichas y las infelicidades […], la memoria es como la rémora que se pega al casco del patache.

Llegados a este punto, y antes de proceder a describir -como venimos haciendo al finalizar el análisis de cada novela- la condición femenina y las relaciones de género de los personajes, creemos oportuno hacer algunas consideraciones sobre el aspecto formal y sobre el título que Cela quiso para esta obra. Aparte la variedad y propiedad del léxico y de la extraordinaria  facilidad  que  el  autor, como en el resto de sus creaciones literarias, pone de manifiesto, hay en ésta un añadido que se hace preciso resaltar. Si en La catira don Camilo nos sorprendió con el uso del guajiro venezolano, posiblemente reinventado en algunos de los términos y expresiones utilizados, ahora nos ofrece, usados con la mayor naturalidad y oportunidad, la jerga de la Galicia marinera y un popular castrapo –híbrido a mitad de camino entre el gallego y el castellano-, e incluso se ilustra, a quien interese, sobre la singularidad del pesco y su peculiar fonética: el sonido de la letra ‘a’ se hace ‘e’, el de la ‘e’ se muda en ‘i’, etc. De jerga cativa, jerigonza canija y graciosilla que no va más allá del sonido que se presta a algunas letras, se califica el pesco en que se expresan Telmo Tembura y, en general, los pescadores de Fisterra y de Muxía.
 
De la estructura formal, de la heterodoxia que Cela mantiene al respecto, ya hablamos al comienzo de nuestro análisis. Insistiremos una vez más en la fragmentación, dispersión y reiteración permanente, habituales en sus novelas. Añadir también que la heterodoxia se expresa una vez más en la voluntaria desatención a determinadas pautas ortográficas. Sin llegar al extremo de Oficio de tinieblas, donde mayúsculas, comas o puntos están totalmente ausentes, Madera de boj mantiene las normas que dictan los cánones ortográficos a excepción de una, ciertamente importante: el uso de los puntos. Sólo uno, el final, hace aquí acto de presencia. El resultado, un ritmo rápido, vertiginoso, que en un principio puede resultar extraño al lector, molesto incluso, pero que a medida que uno se habitúa, casi se agradece.

¿Por qué ‘Madera de boj’? ¿Es el título algo aleatorio, simplemente circunstancial, o se trata de un intencionado símbolo, que lleva implícito un mensaje del autor? 

Es fácil  reconocer que el autor de esta novela es a un tiempo testigo y narrador. Cela está presente, en  primera persona, en cada una de sus páginas. En ocasiones, incluso, con cierta pedante autoafirmación que, si no le conociéramos, calificaríamos de inaceptable  pedantería. Se siente orgulloso y no parece ‘tener abuela’ cuando describe, varias veces y con todo detalle el homenaje recibido, la placa que se le dedicó en  la punta de canto de Área, donde termina la playa de la Langosteira, monumento a Camilo José Cela,  primeiro  galego  laureado  co  Premio Novel (sic) en lembranza das suas longas estadías na fin da terra. De famoso escritor padronés se autocalifica,  cuando  se  reconoce  compañero  de colegio de don Paco  de Ramón  y  Ballesteros,  allá  por  los  años  de  la  dictadura  de Primo  de  Rivera. Pero  con el mismo orgullo comenta que Alfonso, limpiabotas en el aeropuerto de Labacolla, en Santiago, es un lector muy aplicado, con buen criterio y buena memoria, y hay libros que se los sabe de corrido, ‘La colmena’,  por ejemplo. Algunas otras huellas deja, en diferentes  páginas, que identifican autor y narrador: fue durante la Guerra Europea, yo tenía un año… […], cuando estuve por aquí en los años 80 tomábamos café todas las mañanas en Cee en el hostal Galicia, donde Concha y José González… 

El narrador –en definitiva, don Camilo- se confiesa, en repetidas ocasiones, primo del capataz Hans E. Allen, a quien Kunt Skien, tío de ambos, llevó a cazar al carnero de Marco Polo, aunque a Cela no lo llevó nunca. En la línea genealógica –al margen de la condición ficticia de esta- se encuentra Dick, hermano de Cam, el bisabuelo materno, cazador de ballenas en las Azores, personaje al que cada vez que se menciona, y son  muchas, se le atribuye una clara  obsesión: hacerse una casa con las vigas de madera de boj, pero los caprichos no pueden escapar a las disposiciones de la  Divina Providencia, y se murió antes. Al parecer, Cam, su hermano, tuvo la misma intención, pero le faltaron constancia, salud, merecimientos y arrestos, y se le fueron las fuerzas en hacerse querer por las mujeres y en recitar a Poe en gallego.

El sueño de Cam y la obsesión de su hermano Dick acabaron por convertirse en un reto familiar, que hasta el presente nadie logró superar. En mi familia no hemos sido capaces de levantar una casa con las vigas de madera de boj y ahora nos da vergüenza y lo achacamos al desarraigo, esto es una disculpa aunque a lo mejor ni lo sabemos […], ¿por qué en mi familia no hemos sido capaces de levantar una casa   con las vigas de madera de boj?, esto no lo sabe nadie, yo tampoco lo sé.

¿Por qué nadie lo consiguió? ¿dónde estriba la dificultad? El boj tiene unos tallos derechos y ramosos y las hojas lustrosas y persistentes […], da unas flores pequeñas que tiran a verde, su madera es de color amarillo limón,  dura y de elegante pulimento […], la madera de boj es dura, compacta y de bello  pulimento, también es planta tóxica que puede llegar a causar la muerte […], no flota, es más densa que el agua y tampoco arde o tarda mucho en arder […], pero es difícil cortar vigas de madera de boj, no pueden ser muy grandes […], el querer trabajar la madera de boj es un capricho que hay que pagar, los caprinos no se le dan de balde a nadie […], para hacer una casa con madera de boj hace falta siempre tiempo y arraigo.

Nadie tuvo jamás una casa con las vigas de madera de boj, pero siempre –aunque esto no sirva de consuelo- se pueden hacer otros interesantes y útiles instrumentos, para otros menesteres más acostumbrados: la escoba de las brujas,  por ejemplo, es de bidueiro,   pero sería más noble y lujoso si fuera de boj […], a Dick le hubiera gustado  fabricar  joyeros  de  madera de  boj  a  gran escala, joyeros forrados de moaré y con una llavecita de plata […], el patrón don José Eutelo Esternández ha dispuesto que su cadáver… sea incinerado en una pira de madera de boj, ‘Buxus sempervirens’ […], dice Estanis que con la madera de boj se hacen tres cosas, al menos tres pero tampoco muchas más, pipas para fumar una mezcla de incienso, tabaco holandés y ortigas majadas, flautas para dormir ballenas, y consoladores para lanzadoras de jabalinas […], la carrilana, patín de tres ruedas en que se va sentado, solía hacerse de pino… pero James E.  Allen quiso que el de Luquiñas fuese de madera de boj […], los violines de madera de boj suenan mejor que ninguno, da gusto oírlos y hasta las bravas gaviotas se callan para deleitarse con su sonido […], las botas de caña de los bacaladeros noruegos tienen la suela de madera.   -¿de boj? –quizá sí.

El caso es que Cela –el que resiste gana- tampoco se conformó con estos útiles  de  consolación,  sino que pareció heredar el sueño de sus antepasados, o al menos así se deduce de sus manifestaciones: a mí me dejo Caneliñas mirando para la mar, entonces todavía no soñaba con hacerme una casa con las vigas de madera de boj, esta era una ilusión contagiosa como las paperas pero no tan innoble […], tengo algún dinero ahorrado y me voy a hacer una casa con las vigas de madera de boj, no sé dónde, con los pisos y las escaleras de madera de boj, a la beira del mar, eso sí,  no quiero ni pensar en un incendio […], sería muy dramático que ardiese una casa con las  vigas de madera de boj con alguno de nosotros dentro […], yo quise hacerme una casa con las vigas de madera de boj y ahora me voy al infierno sin haberlo conseguido; gané todo el  dinero necesario pero me faltó tiempo… también me faltó arraigo

“Madera de boj”. Hay quienes han querido ver representado en el título la persistencia, el esfuerzo que Cela hizo hasta el final  por sacar adelante esta última obra. ”No crean que voy a darles las gracias  por ayudarme  a morir  con  las botas puestas, aún  no me ha llegado la hora”, decía  don  Camilo a los asistentes al acto de presentación de su novela en el paraninfo de la Universidad de Barcelona. Consideramos que la simbología es doble. De una parte, la firme voluntad, la consistencia y la perseverancia en el esfuerzo que siempre caracterizaron al autor, y que de manera singular se pusieron de manifiesto en la publicación de ‘Madera de boj’, obra prieta, densa, consistente, como la carne de boj, de lento pero firme crecimiento. Y de otra, el arraigo necesario para conseguirlo. Arraigo a la tierra, que Cela siempre supo suya, por alejado y distante que en ocasiones los avatares de la vida quisieran situarle. Por Cornualles, Bretaña y Galicia pasa un camino sembrado de cruces y de pepitas de oro que termina en el cielo de los marineros muertos en la mar. Las palabras con que Cela  pone fin a su novela. Un camino, ¿el de Santiago? Cualquier camino, le llevará, no importa desde donde, a su Galicia natal.

ÁNGEL HERNÁNDEZ EXPÓSITO
Maestro, doctor en Ciencias de la Educación y estudioso de Cela

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