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68. Orizana




Nuestro maestro nos pareció siempre un dechado de recia fortaleza, un paraíso de inteligencia y un cielo de humanidad. Filósofo y poeta, lo tenía todo. En estos versos se acerca a la muerte. Se palpa a sí mismo como llama, rama en flor, arpa en rincón oscuro, fuente... Pero ya ni rezan las aguas ni trisca la brisa.


                                 
                        YA HE MUERTO                                



 ¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto!
Ya no soy la llama
que al cielo subía.
Mi vida es un ascua
que entre las cenizas
lentamente acaba.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto
Ya no soy la rama
cuajada de flores
y de hojas lozanas.
Mi vida es un tronco
que no tiene savia.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto!

Ya no soy el arpa,
que al vibrar las cosas
con ellas vibraba.
Mi vida es la cuerda
del arpa arrancada.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto! 
Ya no soy fontana,
que vierte, en sonrisas,
canciones de plata.
Mi vida es la grieta
rocosa y exhausta.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto!
Ya no soy calandria
de trovas divinas,
en dulce alborada.
Mi vida es el búho
que la luz espanta.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto!
Cubridme de zarzas;
ni canten jilgueros,
ni recen las aguas,
ni trisque la brisa,
ni rían mañanas.

¡Ya he muerto! ¡Ya he muerto!
Mi pecho ya no ama,
ni tengo deseos,
ni abrigo esperanzas
y todo es de noche
ya dentro del alma.

¡Qué triste la senda,
qué sola y qué larga,
qué llena de espinas,
que aguda y qué amarga!
¿Quién ama la vida
sin luz de esperanzas?


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