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68. Por tierras de Colombia


                    
POR TIERRAS DE COLOMBIA

DESPEDIDA



No es fácil despedirse, pero tengo que hacerlo de ti, mi querida Sevilla-Valle, que llevas el nombre de tu homónima española, más grande que tú y tiene un río navegable, el Guadalquivir, que atormentara la mente de Don Juan, y, a veces, he contemplado desde el puente de San Telmo, como los franceses se detienen a ver el Sena sobre el famoso puente Mirabeau.
 
Antes de conocerte, Sevilla, te imaginaba diferente. Creía que tenías altos y modernos edificios, y algunas bellas y espaciosas avenidas. Pero no me importa que seas humilde. Eres agradable y tranquila y tienes un clima primaveral. Te despiertas muy pronto para saludar al nuevo día y, como un bebé, te duermes temprano, apenas pasadas las seis de la apacible tarde.
He paseado por tus calles y me ha extrañado que casi todas tus casas me contemplaran con ojos de tiendas y comercios porque muy pocas tienen escaparates y ninguna ojos de turrón y mazapán en Navidad. No los conoces.

Vista Parcial de Sevilla –Valle.

Tienes una hermosa iglesia que llama con voz de campana, de reloj y de oración y, orgullosa, te contempla y admira complaciente desde la altura de su esbelta torre que el sol dora. No es muy anciana. En el 2015 cumplirías los cien años. Y quiso su diseñador que fueras una imitación del estilo gótico italiano, la más bella de las que he visto. Es una pena que te falten vitrales en el interior. Pero tu cúpula de crucería es un cielo estrellado. Yo sé que tú, mi querida Sevilla, te sientes orgullosa de ella, como de tu Parque de la Concordia, de las montañas que te rodean y de tus numerosos barrios, desde uno de los cuales te contemplé cada mañana.
 
Basílica Menor de San Luis Gonzaga.
Gracias, mi querida Sevilla, por tu cielo, cada día diferente, vestido siempre de nubes voluminosas, frecuentemente blancas, que esculpen figuras hermosas. Ahora las contemplo sin miedo. Cuando era niño, creía que eran seres extraños y me asustaban; incluso, pensaba que eran Dios. ¿Sabes? En tu cielo vi un día ositos felices y una foca y leones; también la cabeza y el torso de Saturno, como Goya los pintó, devorando a sus hijos.
 
Gracias, sobre todo, por haberme ofrecido, los atardeceres más hermosos que haya visto nunca. Por tus amables gentes, por tus lluvias repentinas –cuando en las noches, vestidas de silencio y de luna invitaban al sueño–, me arrullaban con su rítmica música; y gracias por tu Festival de Bandola, en los vientos de agosto, cuando las nubes saludan a las cometas y la música es vida. Y gracias porque hasta en esa tarea, que parece innoble, de recoger tus basuras, te acompaña una dulce y melodiosa música.
 
Pero gracias, sobre todo, porque en una de tus casas, del Barrio Fundadores, desde el cual te contemplé tantas veces, me sonrió el amor que me dio esperanza cuando mi razón tanto desesperaba.

El lunes, día 1 de septiembre, abandonó el viajero Colombia. Un viaje que se le hizo mucho más cansado que el de ida. Y era, muy probablemente, porque la vuelta a casa estaba entremezclada de tristeza. De Cali a Bogotá, contempló, desde la ventanilla del avión, el discurrir del río Cauca por el valle de su nombre. Forma una serie de meandros y destaca el color de barro de sus aguas. El terreno parece un perfecto puzle de piezas verdes, perfectamente encajadas. Y ya cerca de la Capital, el valle tiene, aquí y allá, pequeñas lagunas de agua cristalina, y una planicie que semeja a un campo de golf.
 
Nancy no contemplaba el paisaje. Su cara denotaba que no era agradable el vuelo para ella. El viajero le describía cuanto veía. Pero Nancy cogía su mano con fuerza, mayor, cada vez que el avión se movía bruscamente.
¿Tú no tienes miedo?
No. Es normal que se mueva algo el avión. Pero no pasa nada. Tranquila. Es producto de la presión. Son como los agujeros en la carretera para el coche.
 
Río Cauca.
Es muy hermosa la vista –pensó el viajero– y el adiós que le da Colombia, en el último día de su estancia en este bello país, que le ofreció un paisaje que respira y pinta colores de ensueño; y tiene una sonrisa verde que siempre cautiva. Y sobre él produjo una profunda atracción como lo bello desconocido.

Río Cauca.

El Valle del Cauca en la altura admiro,
volando en el aire plateada ave,
suave se desliza en cielos la nave,
y fieros meandros en el río miro
el padre ofidio que, giro tras giro,
dibuja con barro todo aquel enclave–.
Mientras, suavemente, enorme aeronave
cruza aquel cielo de bello zafiro.
Adiós a Colombia dice el viajero,
al valle, al río, a prados amenos,
que jamás ningún hábil alfombrero
hubiera tejido tapices, al menos,
con tanto detalle y con tanto esmero.
Y ¡qué bellos son aquellos terrenos!

Le esperaba al viajero una noche larga en la que la oscuridad del cielo y del océano era metáfora de su insomnio que no fue capaz de vencer, consciente de que a su lado la mujer que cogía su mano le dejaba que la amara. Y, en este convencimiento, no cabía en él ni duda ni oscuridad porque la luz de su amor le había liberado de sí mismo.  



ANTONIO MONTERO SÁNCHEZ
Maestro, profesor de Filosofía y Pedagogía.



 

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