POR
TIERRAS DE COLOMBIA
DESPEDIDA
No
es fácil despedirse, pero tengo que hacerlo de ti, mi querida
Sevilla-Valle, que llevas el nombre de tu homónima española, más
grande que tú y tiene un río navegable, el Guadalquivir, que
atormentara la mente de Don Juan, y, a veces, he contemplado desde el
puente de San Telmo, como los franceses se detienen a ver el Sena
sobre el famoso puente Mirabeau.
Antes
de conocerte, Sevilla, te imaginaba diferente. Creía que tenías
altos y modernos edificios, y algunas bellas y espaciosas avenidas.
Pero no me importa que seas humilde. Eres agradable y tranquila y
tienes un clima primaveral. Te despiertas muy pronto para saludar al
nuevo día y, como un bebé, te duermes temprano, apenas pasadas las
seis de la apacible tarde.
He
paseado por tus calles y me ha extrañado que casi todas tus casas me
contemplaran con ojos de tiendas y comercios porque muy pocas tienen
escaparates y ninguna ojos de turrón y mazapán en Navidad. No los
conoces.
Vista Parcial de Sevilla –Valle. |
Tienes una hermosa iglesia que llama con voz de campana, de reloj y de oración y, orgullosa, te contempla y admira complaciente desde la altura de su esbelta torre que el sol dora. No es muy anciana. En el 2015 cumplirías los cien años. Y quiso su diseñador que fueras una imitación del estilo gótico italiano, la más bella de las que he visto. Es una pena que te falten vitrales en el interior. Pero tu cúpula de crucería es un cielo estrellado. Yo sé que tú, mi querida Sevilla, te sientes orgullosa de ella, como de tu Parque de la Concordia, de las montañas que te rodean y de tus numerosos barrios, desde uno de los cuales te contemplé cada mañana.
Basílica Menor de San Luis Gonzaga. |
Gracias,
mi querida Sevilla, por tu cielo, cada día diferente, vestido
siempre de nubes voluminosas, frecuentemente blancas, que esculpen
figuras hermosas. Ahora las contemplo sin miedo. Cuando era niño,
creía que eran seres extraños y me asustaban; incluso, pensaba que
eran Dios. ¿Sabes? En tu cielo vi un día ositos felices y una foca
y leones; también la cabeza y el torso de Saturno, como Goya los
pintó, devorando a sus hijos.
Gracias,
sobre todo, por haberme ofrecido, los atardeceres más hermosos que
haya visto nunca. Por tus amables gentes, por tus lluvias repentinas
–cuando en las noches, vestidas de silencio y de luna invitaban al
sueño–, me arrullaban con su rítmica música; y gracias por tu
Festival de Bandola, en los vientos de agosto, cuando las nubes
saludan a las cometas y la música es vida. Y gracias porque hasta en
esa tarea, que parece innoble, de recoger tus basuras, te acompaña
una dulce y melodiosa música.
Pero
gracias, sobre todo, porque en una de tus casas, del Barrio
Fundadores, desde el cual te contemplé tantas veces, me sonrió el
amor que me dio esperanza cuando mi razón tanto desesperaba.
El
lunes, día 1 de septiembre, abandonó el viajero Colombia. Un viaje
que se le hizo mucho más cansado que el de ida. Y era, muy
probablemente, porque la vuelta a casa estaba entremezclada de
tristeza. De Cali a Bogotá, contempló, desde la ventanilla del
avión, el discurrir del río Cauca por el valle de su nombre. Forma
una serie de meandros y destaca el color de barro de sus aguas. El
terreno parece un perfecto puzle de piezas verdes, perfectamente
encajadas. Y ya cerca de la Capital, el valle tiene, aquí y allá,
pequeñas lagunas de agua cristalina, y una planicie que semeja a un
campo de golf.
Nancy
no contemplaba el paisaje. Su cara denotaba que no era agradable el
vuelo para ella. El viajero le describía cuanto veía. Pero Nancy
cogía su mano con fuerza, mayor, cada vez que el avión se movía
bruscamente.
–¿Tú
no tienes miedo?
–No.
Es normal que se mueva algo el avión. Pero no pasa nada. Tranquila.
Es producto de la presión. Son como los agujeros en la carretera
para el coche.
Río Cauca. |
Es
muy hermosa la vista –pensó el viajero– y el adiós que le da
Colombia, en el último día de su estancia en este bello país, que
le ofreció un paisaje que respira y pinta colores de ensueño; y
tiene una sonrisa verde que siempre cautiva. Y sobre él produjo una
profunda atracción como lo bello desconocido.
Río Cauca. |
El
Valle del Cauca
en la altura admiro,
volando
en el aire plateada ave,
suave
se desliza en cielos la nave,
y
fieros meandros en el río miro
–el
padre ofidio que, giro tras giro,
dibuja
con barro todo aquel enclave–.
Mientras,
suavemente, enorme aeronave
cruza
aquel cielo de bello zafiro.
Adiós
a Colombia dice el viajero,
al
valle, al río, a prados amenos,
que
jamás ningún hábil alfombrero
hubiera
tejido tapices, al menos,
con
tanto detalle y con tanto esmero.
Y
¡qué bellos son aquellos terrenos!
Le esperaba al viajero una noche larga en la que la oscuridad del cielo y del océano era metáfora de su insomnio que no fue capaz de vencer, consciente de que a su lado la mujer que cogía su mano le dejaba que la amara. Y, en este convencimiento, no cabía en él ni duda ni oscuridad porque la luz de su amor le había liberado de sí mismo.
ANTONIO
MONTERO SÁNCHEZ
Maestro,
profesor de Filosofía y Pedagogía.
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