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70. El Universo y el hombre




16. LOS AGUJEROS NEGROS (III)
 
     
Las bases teóricas de los agujeros negros quedaron establecidas a partir de los descubrimientos de Karl Schwarzschild y de Subramanian Chandrasekhar, ya mencionados. Basado en sus aportaciones, y según la teoría de la relatividad general, Robert Oppenheimer y sus colaboradores dieron el siguiente paso: un cuerpo que superase el límite de Chandrasekhar –de masa superior a 1,44 la masa solar– se derrumbaría sobre sí mismo y se colapsaría hasta formar lo que Oppenheimer acuñó como singularidad: un punto de volumen cero y densidad infinita con tal fuerza de atracción que ni siquiera la luz podría escapar de dicho objeto; y cualquier partícula que cayera dentro de él ya no saldría jamás. El punto de no retorno es lo que se conoce como horizonte de sucesos. Pero como ya habíamos apuntado, estos trabajos, publicados en 1939, quedarían relegados durante más de 25 años.
Roger Penrose

Y a mediados de la década de los años 60, el matemático Roger Penrose, nacido en 1931, y el físico Stephen Hawking* (1942-2018), ambos ingleses, demostraron, con la aplicación de poderosas técnicas matemáticas, que las “singularidades” eran inevitables en el colapso de una estrella si se satisfacían ciertas condiciones. Poco tiempo después, el concepto de “singularidad” sería sustituido por el de agujero negro, acuñado por John A. Wheeler, a quien se lo sugirió una persona del público en una conferencia celebrada en 1967.

El “agujero negro” surgiría cuando una estrella muy masiva, después de agotar su combustible nuclear y pasar por las fases de gigante roja y enana blanca –el núcleo restante aún muy masivo–, comenzase a derrumbarse sobre sí misma debido a la fuerza de gravedad, y a contraerse irreversiblemente pero sin perder su poder de atracción, puesto que la masa no varía. Llegaría así un momento en el que se formaría una región, cuyo límite sería el “horizonte de sucesos”, que únicamente dejaría entrar materia y radiación, sin permitir que saliese nada, ni siquiera la luz. Cuanto más grande fuese ese núcleo de estrella, más materia atraería; y cuanta más materia “tragase”, más crecería. En el centro de esa región estaría el núcleo colapsado o “singularidad”.

Sagitario A rodeado de radiación.
En la actualidad se acepta de manera general que existen agujeros negros supermasivos en el centro de aquellas galaxias cuyo núcleo es más luminoso que el resto de toda la galaxia. Entre ellas nuestra Vía Láctea; cuyo centro se encuentra hacia la constelación de Sagitario. Dicho núcleo es la estrella Sagitario A, situada a una distancia de 26.000 años luz. Es una fuente de potentes emisiones de radiación. Se ha calculado que tiene una masa equivalente a 4 millones de veces la masa solar con un diámetro de unas tres veces el Sistema Solar, y supera en más de cinco veces el radio de Schwarzschild. Las nebulosas situadas en esa zona impiden verlo en toda su intensidad.

Y es muy luminoso dicho centro no porque el agujero negro brille, sino por la emisión de luz y radio que emite la materia en su caída espiral hacia la estrella formando un disco de acreción, lo que permite que sea detectada indirectamente. Por definición, el agujero negro es invisible. Ni la materia ni la radiación que sobrepasa el horizonte de sucesos sale.

Galasia de Andrómeda.
No obstante, una teoría expuesta por Stephen Hawking en 1974, postula la existencia de un tipo de radiación que nace en el horizonte de sucesos. Según dicha teoría, como consecuencia de fluctuaciones basadas en la física cuántica, se crean pares de partículas de materia-antimateria, que por efecto de la inmensa gravedad existente en esa zona, una de las partículas es absorbida por el agujero negro, pero la otra es emitida hacia el exterior, llevándose parte de su energía. La consecuencia de este proceso hace que los agujeros negros terminen “evaporándose”. Es lo que se conoce como radiación de Hawking”.


* Comencé la elaboración de este artículo el 13 de marzo y la continué el día 14; dio la casualidad de que Stephen Hawking muriese la madrugada del 14. Sirva este tema como homenaje a su figura, uno de los más relevantes cosmólogos de todos los tiempos, cuya circunstancia personal le engrandece aún más.



Francisco Sáez Pastor
Universidad de Vigo

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