CIPRIAN0 SALCEDO,
el niño de El hereje
“Quién iba a decirme a mí, cuando publiqué La
sombra del ciprés es alargada, en 1948, que cincuenta años más tarde iba a
atreverme con una novela casi el doble de extensa y compleja que aquella”.
Obra
compleja, sí, la de El hereje. La más
extensa de su narrativa. ¡505 folios de texto original! No estamos
acostumbrados los lectores de Delibes a tanta página. Pero es que todo se
cocinó a fuego lento, cuando en el verano de 1996 Miguel Delibes comienza a
documentarse a conciencia sobre nuestro siglo XVI, el luteranismo, la
Contrarreforma, etc. A Delibes lo que le preocupa es coger el tono a una novela
ambientada en el siglo XVI. No quiere cargar las tintas a favor de los herejes
o de la Contrarreforma. “He constatado
que en esa época no se tomaba ni té, ni café, ni chocolate. ¿Qué se podía
ofrecer a una visita que llegaba a casa?”. De inicio escribe un episodio
aislado, la historia del “zamarro de Cipriano”. Pasado un año, en el verano de 1997, en Sedano (Burgos), se
escribe la mayor parte del texto. En mayo de 1998, cuando está a punto de
llevar el texto a la editorial con sus últimas correcciones, los médicos le
diagnostican un cáncer de colon. Delibes tiene claro que ya no va a volver a
escribir y sentencia: “El escritor Miguel Delibes falleció en la mesa de
operaciones de la clínica La Luz el 20 de mayo de 1998”.
El hereje tiene su niño, Cipriano Salcedo, que a partir del capítulo
VII se va a hacer mayor. Sus padres, Bernardo y Catalina de Bustamante, viven
en Valladolid. Le costaba a Catalina tener hijos, aunque finalmente nace
Cipriano. A los dos días muere Catalina. Cipriano se amamanta con Minervina,
una joven nodriza de Santovenia. Ante la pasividad del padre hacia el hijo,
Cipriano se cría bajo la tutela de la nodriza. Minervina le va cogiendo cariño
al niño.
Salvada
la primera necesidad primaria de Cipriano (tener un hogar con lumbre y un hogar
con pan), Delibes piensa en la formación religiosa y académica del niño. Así,
en el capítulo III del libro, el párroco de Santovenia, Nicasio Celemín
(apellido que ni pintado en estas tierras de cereal) se pone manos a la obra
para que Cipriano aprenda la doctrina de Dios y aprenda a leer y escribir.
Cipriano cuenta entonces con siete años. Como su familia es de las distinguidas
de Valladolid, va a contar con un preceptor que le enseña con paciencia. El
padre de Cipriano aprovecha esta nueva circunstancia para apartarlo de
Minervina. El rendimiento del chico baja y su padre lo envía al Hospital de
Niños Expósitos. Sorprendentemente, el niño Cipriano aprende y disfruta con sus
nuevos compañeros. Avanza, quiere saber, es curioso. Si Daniel el Mochuelo
(protagonista de El camino) no ve
mayor interés en ir a estudiar a la capital, Delibes, 50 años después, nos
muestra a Cipriano encantado en su colegio. La cuestión no está tanto en el
colegio, como en la circunstancia familiar de cada uno. Daniel el Mochuelo no
rechazaba la escuela de su pueblo. Lo que no quería era alejarse del valle en
el que había nacido y que sentía suyo. Sin embargo, el colegio para Cipriano es
un modo de huir de su padre.
A
partir del capítulo VII, Cipriano ya no es un niño. Se escapa del interés de
estos artículos que han tratado de unos cuantos niños en la obra de Delibes:
Daniel el Mochuelo, sus amigos Germán y Roque, la Uca-uca, Pedro el de La sombra del ciprés, Quico en El príncipe destronado, El Nini en Las ratas…
Con
Cipriano acabo los niños de Delibes por este curso. ¿El curso que viene? Lo que
me diga el director de AFDA, que Delibes tiene mucho y muy extenso. Después de
50 libros a sus espaldas, se puede decir aquello que le espetó el Aniano a
Isidoro en Viejas historias de Castilla
la Vieja: “Ya la echaste larga”.
JORGE URDIALES YUSTE
Doctor en
periodismo, profesor
Especialista en
Miguel Delibes
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